De sus padres, ambos químicos, heredó la vocación por este ámbito. «Siempre lo tuve claro», defiende sonriente Julio Castro, preparado para retroceder varias décadas en el reloj y narrar su historia. Atentos a su relato, disfrutamos de un agradable paseo por el parque Yamaguchi, al son de varios cuac cuac que los patos entonan a nuestro paso. «Creo que ellos también quieren salir en las fotos», bromeamos con el primer clic de la cámara.
Nuestro protagonista nació y creció en La Habana, tierra que tuvo que dejar atrás cuando a su padre le ofrecieron permanecer al frente de un gran proyecto: «Era el encargado de montar la primera central nuclear en Cuba. Así que nos mudamos al lugar donde iban a ubicarse las instalaciones, en Cienfuegos». Pronto, una incipiente curiosidad por este mundillo se encendió en su interior. Fruto de las numerosas visitas que realizaba al centro, en las que prestaba mucha atención a la instalación de los diferentes reactores, su vocación comenzó a potenciarse. «Mis recuerdos de la infancia se ubican ahí, aunque la obra quedó inconclusa, nunca se completó», apostilla.
Desde niño, tuvo la ilusión de estudiar la carrera en el extranjero, alejado de su Cuba natal. Por eso, al comenzar Química en la Universidad de La Habana, enseguida solicitó una beca para trasladarse a Alemania. Antes de poner rumbo a Europa, se dedicó durante un año a aprender el idioma. «Creí que lo dominaba, pero llegué al país y vi que no tanto. Una cosa eran las clases, y otra muy diferente verse allí», reconoce entre risas tras recordar su llegada.
ENTRE ALEMANIA Y CUBA
9 de noviembre de 1989. Un acontecimiento histórico marcó un antes y un después en tierras germanas, por aquel entonces divididas en la República Democrática Alemana y República Federal Alemana. Y nuestro protagonista lo presenció todo: «Vi caer el muro de Berlín. En el momento no me di cuenta de lo trascendental que era ese suceso. No solo viví la caída, sino también el proceso anterior. Había manifestaciones en todas las ciudades». Pronto, el Gobierno cubano retiró a los estudiantes del país, y Julio regresó a Cuba, donde finalizó sus estudios. «Volví con el pensamiento de que al régimen cubano también le quedaba poco, porque había muchas cosas en Alemania del Este que se repetían en Cuba», suspira cabizbajo.
«Vi caer el muro de Berlín. En el momento no me di cuenta de lo trascendental que era ese suceso»
Más tarde, la Alemania unida comenzó a ofrecer becas de doctorado, y nuestro invitado, de nuevo, presentó su candidatura y se marchó a la Universidad de Konstanz. Pero, al finalizar su formación, retornó a su país natal. «Me ofrecieron la posibilidad de seguir con la colaboración desde Cuba y volví. Pero allí era muy complicado comprar los reactivos que necesitaba, los tenía que adquirir en Europa. La mayoría no podían mandarse por vía aérea, así que se transportaban en barco, y muchos llegaban defectuosos tras el viaje», explica.
Un año después, el mundo le brindó la oportunidad de volver a pisar a Alemania. En Bayer, empresa químico-farmacéutica, comenzó su carrera profesional. «Aprendí a diseñar fármacos nuevos», apunta para acto seguido mencionar que permaneció cuatro años en la firma.
LOS INICIOS EN BIOTECNOLOGÍA
En este vaivén de destinos y viajes, estuvo en todo momento acompañado por su mujer y sus dos hijos. Pero unas vacaciones familiares cambiaron, otra vez, su rumbo. Entre agradables paseos a los pies de la Sagrada Familia, las Ramblas y el espectacular parque Güell, juntos tomaron la decisión de instalarse definitivamente en Barcelona. «La playa, el sol… Siendo cubanos, nos encantó. España era algo intermedio entre la cultura en la que habíamos crecido y la que habíamos vivido en Alemania. No había ni tanto calor, ni tanto frío; ni el libertinaje de Cuba, ni la seriedad alemana… Enseguida nos adaptamos», constata.
Así, nuestro protagonista fichó por la farmacéutica Almirall, donde trabajó cinco años. Sin embargo, el mundo volvió a sorprenderle cuando, de pronto, se le brindó la oportunidad de dar un gran salto hacia el mundo de la biotecnología. Aterrizó en la biofarmacéutica Oryzon, donde ocupó el cargo de Research director y se enfrentó a un gran reto: «Tenía que montar un proyecto de investigación farmacéutica desde cero». Al frente de aquel ambicioso desafío, creó un programa de i+D e inició el proceso de «llevar el compuesto cero hasta el registro y la licencia» del fármaco. Aquella experiencia despertó en él una curiosidad «inmensa» por repetir esas labores, pero en su propia empresa. Entonces, nació Palobiofarma.
Lyhen González y Juan Camacho son dos nombres que, al igual que el de Julio, la compañía biotecnológica nunca olvidará. «Fundamos la empresa mi mujer, que es bioquímica; mi amigo, que también es químico; y yo», puntualiza tras concretar que los tres tenían el objetivo de descubrir nuevos fármacos basados en la modulación de los receptores de adenosina.
LA CAFEÍNA, LA «CLAVE»
Como casi todos los inicios, el de Palobiofarma fue «algo complicado». «Sabíamos lo que queríamos hacer, pero fue difícil encontrar recursos para hacerlo. Entramos en contacto con Inveready, que invirtió 600.000 euros. Ahí empezamos a despegar», expresa nuestro protagonista, que a sus 54 años ocupa el cargo de CEO en la compañía. Aquel capital fue de gran ayuda para que el equipo pudiera instalarse en el Parque Científico de Barcelona, donde hoy cuenta con un pequeño despacho y un laboratorio para diseñar y sintetizar compuestos.
Para explicar la misión de su empresa, Julio nos invita a conversar con él en una cafetería cercana. Pedimos un café con leche y, casi a la vez, le damos un sorbito. Entonces nos mira. «¿Por qué bebemos café? ¿Qué efectos tiene en nosotros?», pregunta. Tras un breve silencio, algo desconcertados, respondemos: «¿Nos mantiene despiertos?». Asiente y sonríe. Respuesta correcta. Examen aprobado. Casi sin darnos cuenta, acabamos de descubrir la «clave» de Palobiofarma.
«La cafeína activa todos los receptores a la vez. Nuestra idea es diseñar compuestos que interactúen con ellos de forma selectiva»
«La cafeína llega al cerebro e interactúa con unos receptores que nos hacen estar alerta. Hay cuatro receptores de adenosina, y depende del que modules, puedes crear un fármaco para una cosa u otra», concreta para remarcar acto seguido que, por ejemplo, pueden crearse medicamentos para combatir enfermedades del sueño, retrasar la aparición de enfermedades neurodegenerativas o tratar problemas cardiovasculares o de riñón. «La cafeína activa todos los receptores a la vez. Nuestra idea es diseñar compuestos que interactúen con ellos de forma selectiva», añade.
Después de lograr el diseño y la síntesis de un compuesto, se inicia una serie de colaboraciones para realizar diversos estudios y ensayos clínicos. «Derivamos el 80 % de nuestros recursos a subcontratar entidades, por lo que muchas de nuestras actividades se desarrollan fuera de nuestras instalaciones», subraya.
LA EXPANSIÓN HASTA NAVARRA
En 2012, dos de sus proyectos estaban listos para ser testados en pacientes. Por eso, la firma estaba intentando cerrar una ronda de financiación que le permitiera avanzar. En busca de inversores externos, de pronto, Palobiofarma se topó con la Sociedad de Desarrollo de Navarra (Sodena): «Apostaba por fomentar la investigación biotecnológica en la Comunidad foral. Finalmente, ampliamos el laboratorio y vinimos a Pamplona, a las instalaciones de CEIN«.
De hecho, la empresa cerró recientemente una ronda de inversión de 7 millones de euros, liderada por la propia Sodena e Inveready. Con este capital, los proyectos que desarrollará el equipo de Palobiofarma son dos. El primero, se centra en la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC). «Estamos haciendo un ensayo clínico de fase dos con 105 pacientes que se encuentran en un estado grave, con el activo PBF-680. El objetivo es disminuir su frecuencia de exacerbación y mejorar su función pulmonar», resalta nuestro invitado.
El segundo ensayo clínico se dirige a aquellas personas que padecen el síndrome de Prader-Willi. «Es una enfermedad que causa una sensación de hambre constante, los pacientes no pueden parar de comer. El fármaco, PBF-999, lo estamos probando ya. Queremos terminar el ensayo y buscar un acuerdo de licencia para poder lanzarlo de cara a 2025», detalla al tiempo que recalca cómo ya son veinte los profesionales que trabajan en Palobiofarma, repartidos entre las oficinas de Pamplona y las de Barcelona.
Julio no puede evitar sonreír al «desgranar» los proyectos de su compañía. Le damos un último sorbo a nuestro café (que no volveremos a percibir igual tras la entrevista) y, mientras nos despedimos, de pronto confiesa que, más allá de la investigación, su gran hobby es bailar salsa. «¡Como buen cubano, lo llevo en la sangre!», incide de camino al coche, donde su mujer le espera para poner rumbo a Barcelona.
Así, dejamos Yamaguchi atrás, y el cuac cuac de los patos se torna un sutil murmullo. Un trueno rompe el cielo y, al compás de las primeras gotas de lluvia, miramos a nuestro protagonista y le deseamos un buen viaje. «El clima no quería estropear la entrevista, y por eso se pone a llover cuando ya hemos terminado», bromeamos entre carcajadas.