jueves, 12 diciembre 2024

José María Zabala, innovación con IVA

Nació en Oteiza hace 72 años, sigue en activo y no tiene intención de jubilarse. Con gran modestia, dice que solo sabe trabajar. Esa mentalidad le ha llevado a convertir su empresa en un todo un éxito profesional, que se ha visto refrendado con distinciones y galardones como el reciente Premio Francisco de Javier. El Gobierno de Navarra le entregará este reconocimiento el próximo 11 de febrero.


Pamplona - 1 febrero, 2020 - 06:00

José María Zabala, fundador de la empresa que hoy da trabajo a 350 personas. (Foto: Maite H. Mateo)

Cuando supo que iba a recibir el premio y comenzaron a llegarle felicitaciones, envió un mail a los empleados de Zabala Innovation Consulting para decirles que el galardón era un reconocimiento al trabajo de todos. No se trató de un gesto sin más, sino que reflejaba su manera de entender las relaciones laborales y humanas. Por eso, la primera persona a la que contrató hace ya tres décadas, Aitor Garro, sigue a su lado. También lo demostró con motivo de la concesión de otro premio, entregado en 2016, cuando dijo que “en estos 30 años de trayectoria no olvido a cada cliente, colaborador, proveedor o ‘partner’ a los que, en muchos casos, puedo sumar el calificativo de amigo”.

Vivió en Oteiza junto a sus padres, labradores, hasta que con 12 años ingresó en el seminario. Después, en 1968, fue a la Universidad Católica de Lovaina para estudiar Ingeniería Química. Su estancia en Bélgica se alargó ocho años porque también hizo la tesis. “Fue una aventura total. El viaje duraba dos días. Hasta hablar por teléfono era complicado. Para mis padres fue difícil de entender”. Para él tampoco fue sencillo: otro idioma, pasar de la rama de letras en el seminario a las ciencias… “Menos mal que hubo por allí uno que nos echó una mano en cuestión de matemáticas, integrales, derivadas y todo eso”. Pero su inquietud, que también le llevó a trabajar los veranos en Madrid o en Vitoria, siempre iba un paso por delante.

LA BASE DE DATOS DE LA CIA

Volvió de Bélgica casado con Lia Versteeg, holandesa. “Si no volvía entonces ya no iba a hacerlo. Dudé mucho, podía haber ido a Estados Unidos porque se me daba bien el mundo de la investigación, también pude seguir en Lovaina…”. Entonces fue contratado por la empresa de electrodomésticos Mepamsa, que fabricaba estufas catalíticas, como director de Investigación y Desarrollo Tecnológico. “Compraban los catalizadores a Butatherm, pero dejó de vendérselos porque Mepamsa se hizo grande y pasó a ser competencia”, evoca.

En 1996, la plantilla estaba formada por diez personas. Hoy son más de 250.

En 1996, la plantilla estaba formada por diez personas. Hoy son más de 250.

Recuerda que le encargaron montar la línea de fabricación de catalizadores. “Fui muy osado, casi no sabía qué era aquello”. Corría el año 1976 y cuenta que, para documentarse, intentó consultar bases de datos sobre catalizadores: “Había utilizado bases de datos en Lovaina, y descubrí que había un terminal en Torrejón. Resulta que era de la base militar americana, era gente pues… de la CIA. Se rieron y les caí en gracia, pero me dieron lo que buscaba”, bromea.

“Aún tengo cosas bastante interesantes por hacer y que me apasionan”.

Cinco años después, la Diputación Foral, que contaba con una Comisión de Investigación Científica y Técnica integrada por empresarios, decidió contratar a alguien para que la impulsara. José María Zabala concurrió y resultó elegido.

Dicha comisión dependía del diputado Jesús Bueno Asín, que como Zabala había pasado por el seminario y la Universidad de Lovaina. Y tras las elecciones, del Gobierno de Gabriel Urralburu. Articuló el primer sistema de ayudas a la investigación y dice guardar un “buenísimo” recuerdo de aquella etapa porque en la Administración conoció “gente muy trabajadora”. Pero “allí yo no…”.

“Una vez te has lanzado, no hay que mirar ya por el retrovisor. Soy osado y reconozco que me tiré sin paracaídas”.

Sopesó la posibilidad de convertirse en funcionario europeo en Bruselas, aunque al final se instaló por su cuenta. Se ríe al confesar que su padre lo miró con escepticismo cuando, el 1 de enero de 1986, coincidiendo con la entrada de España en la Unión Europea, se montó una mesa con un tablero y dos caballetes. “Reconozco que me tiré sin paracaídas, pero al cabo de tres meses ya estaba metido en un programa europeo para ayudar a las empresas en el tema de la innovación. Enseguida contactaron conmigo una decena y algunas siguen siendo clientes”, afirma con legítimo orgullo, pero sin rastro de soberbia. Había nacido Zabala Innovation Consulting, aunque aún no se llamaba así.

“ME HE PASADO UN POCO DE FRENADA”

Un año después contrató a Aitor Garro y alquiló una oficina en la calle Bergamín. De ahí pasó a Navas de Tolosa, después a la calle Premín de Iruña y, en 2008, inauguró su sede de Mutilva. Para entonces ya tenía una delegación en Bruselas, a la que se han ido sumando las de Madrid, Barcelona, Bilbao, Sevilla, Valencia, Vigo, Zaragoza, Londres, París, Bogotá y Burdeos, donde se da empleo a 254 personas, que atienden a su vez a 8.000 empresas clientes.

Sus cifras son admirables. Consigue una tasa de aprobación del 70 % en las convocatorias nacionales y del 33 % en las europeas, cuando la media de la UE es del 11 %. Los primeros años “fueron duros, como todos los comienzos, trabajé sin reloj ni vacaciones. Y cuando contaba con ocho o diez personas, alguien me dijo ‘bueno, ya has llegado donde querías, ya no crecerás más’… Para mí sí era posible, yo veía cien y mira, ya somos 250. Me he pasado un poco de frenada”.

Zabala Innovation Consulting es una empresa líder en su sector.

Nos detalla que “en gestión de ayudas, en el programa Horizon 2020 hemos conseguido un retorno en forma de subvención de 540 millones de euros, el 1,1 % de todo el programa europeo. Y en el caso de España, supone un 12 %. También somos fuertes a nivel nacional con CDTI”.  

¿El futuro? La innovación social, muy unida a la crisis climática. Comenzamos hace tres años con la incorporación de Mikel Berraondo, que trabajaba con Naciones Unidas en Latinoamérica en temas de derechos humanos, y ya tenemos a trece personas dedicadas al asunto”. Desde su delegación de Colombia estudian el impacto que obras y proyectos tienen sobre la población en países como Perú, Brasil, Ecuador, Colombia, Panamá o México. “También queremos trabajar en África, ya estamos haciéndolo en Namibia”.

Montó la línea de catalizadores de Mepamsa y puso en marcha los programas de innovación del Gobierno de Navarra.

Podría definir la actividad de su empresa con una terminología técnica, complicada, pero José María Zabala opta por la sencillez: Ayudamos a resolver los problemas de nuestros clientes”. Y después añade que lo hace “mediante la gestión de la innovación, ponerle en contacto con centros tecnológicos y pedir ayudas a nivel regional, nacional y europeo”. Así lo viene haciendo desde hace treinta años. Y aunque el entorno no se parece en nada al de entonces, los conceptos siguen siendo válidos: “Innovar es un proceso que transforma los mercados y permite avanzar a distintos actores. También es apostar y enfrentarse al riesgo, delegar, cooperar y destinar recursos materiales y humanos razonables. Porque solo integrando la innovación en la estrategia general de la empresa podemos orientar nuestra brújula hacia un futuro mejor. ¿Innovar? Sí, pero planificadamente”.

SIN IVA, NO HAY INNOVACIÓN

Sigue desgranando ideas que muestran su manera de entender la innovación. “Es transformar conocimiento y tecnología en oportunidades comerciales con objetivos, cronogramas y un presupuesto muy claro. Innovación no es investigación. Quiere decir sacar algo al mercado. Es fácil, si no se genera IVA, no hay innovación. Por eso nuestro reto no es conseguir la ayuda, sino lograr el éxito comercial de los proyectos de nuestros clientes”.

“Los valores son importantísimos. No hay ninguna excusa para actuar de una manera no ética”.

Y ya, como conclusiones, añade que la innovación “es el factor clave determinante del progreso una empresa, y luego te das cuenta de que lo es también de una región y de un país”. “Si nosotros decimos que nos dedicamos a la gestión de innovación, tenemos que ser innovadores”, comenta abriendo los brazos como si abarcara toda la empresa.

Se queda pensativo durante unos segundos cuando le preguntamos dónde está la clave del éxito de Zabala. “Quizás, una vez que te has lanzado, no mirar ya por el retrovisor. Bueno, claro, y además de resolverle el problema al cliente estar a su lado, respetarle, alegrarse con él cuando le van bien las cosas y entristecerse con sus fracasos. Es algo que fui entendiendo poco a poco, pero es fundamental. Los valores son importantísimos: el respeto, la confianza entre los que estamos trabajando y con el cliente… No hay ninguna excusa para actuar de una manera no ética”.

Citamos unas palabras suyas que hemos visto por ahí, en las que dice que la mayor innovación ha sido la aparición de internet. Las matiza un poco. “La mayor… no sé. La verdad es que ha supuesto una aceleración terrible y seguimos en ese proceso, claro, porque los conocimientos fluyen y fluyen. Están cambiando los métodos de trabajo y los empleos, y aún van a cambiar más”. En ese sentido, indica que su empresa está inmersa en un proceso de reflexión porque “el cliente va a evolucionar, necesariamente, y tenemos que ver cómo hacerlo para seguir dando respuesta a sus necesidades”.

La empresa nació el 1 de enero de 1986, coincidiendo con la entrada de España en la Unión Europea.

La empresa nació el 1 de enero de 1986, coincidiendo con la entrada de España en la Unión Europea.

Para ir cerrando el círculo volvemos al premio. Y trata de restarse importancia recordando a su padre. “Era labrador y muy sensato. ‘De dinero y santidad, la mitad de la mitad’, me decía. Pero sí, está bien, te anima a seguir trabajando. Tengo cosas bastante interesantes por hacer y que me apasionan”.

Dedica frases cariñosas hacia sus empleados, con los que intenta mantener un trato personal. “Algunos ya se van jubilando, es natural, esto se va a ir renovando”. Nos distraemos un momento viendo a quienes están al otro lado de la cristalera de su despacho, hombres y mujeres jóvenes. José María Zabala se da cuenta y mira también hacia fuera. “En el año 1996 éramos diez…”. Y no sigue. Pocas veces un silencio podrá ser más elocuente.

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