Sus campos de cultivo se encuentran diseminados entre laberintos de gravilla a las afueras de Murillo el Fruto, en la Merindad de Olite. Gonzalo Visus, de 32 años, ha seguido los pasos de su tío y de su padre. Hoy, recorre sus plantaciones en un todoterreno granate, desde donde señala orgulloso las zonas que destina al cereal y aquellas donde planta hortalizas.
El abuelo de la familia era médico. Pero, “por su oficio o por alguna herencia”, poseía terrenos. Gracias a esas propiedades y a un láser con el que nivelaba el campo, el tío de Gonzalo, el mayor de cinco hermanos, optó por adentrarse en la agricultura. De alguna forma, abrió brecha para que el padre de Gonzalo siguiera el mismo camino. Y ese amor por el campo también contagió a Gonzalo, cuando tan solo era un niño de nueve o diez años. Por aquel entonces, ya acompañaba al campo a su tío y a su padre los fines de semana. Mientras otros críos de su edad pensaban más en las bicicletas, él deseaba que llegara el viernes para montarse en el tractor.
“Del campo se vive bien”.
Por eso, siempre tuvo claro dónde veía su futuro. Y, de hecho, enfocó sus estudios hacia el campo. En un oficio donde las nuevas vocaciones escasean, su apego a la tierra le ha convertido en candidato al Premio al Revelo Generacional en el Campo, promovido por Navarra Capital en colaboración con Unión de Cooperativas Agroalimentarias de Navarra (UCAN) fuera del concurso de los galardones Alimenta Navarra 2021. Serán los lectores y lectoras de este medio, a través de sus votaciones, quienes elijan al ganador o ganadora.
El plazo para votar ya ha comenzado y estará abierto hasta el 19 de noviembre en este enlace, cuatro días antes de la gala de unos premios que ha impulsado y convocado Navarra Capital junto al Clúster Agroalimentario de Navarra (NAGRIFOOD). La edición de 2021, la sexta, cuenta con el patrocinio de Eroski y CaixaBank, así como con la colaboración del Gobierno de Navarra, la Asociación de Empresarios de la Ribera (AER), la propia UCAN y el Ayuntamiento de Tudela.
Tras realizar un Grado Medio de Horticultura y Jardinería en Peralta y un Grado Superior de Dirección de Empresa Agropecuaria en Zaragoza, Gonzalo se lanzó a la universidad con la intención de convertirse en ingeniero agrónomo. Pero no terminó la carrera y decidió volver al pueblo, donde poco a poco, y con la ayuda y los consejos de su padre, fue adquiriendo tierras y abriéndose un camino en el sector.
“Del campo se vive bien”, asegura. En su explotación se dedica principalmente al maíz, la cebada, el trigo, los espárragos, el brócoli y las habas. Dispone tanto de tierras comunales que reparte la propia localidad como de otras privadas: “Tengo bastantes hectáreas, aunque no sabría decir el número exacto”.
“El campo no entiende de festivos, funciona por temporadas. Estás muchos días, metes muchas horas”, atestigua. Aunque normalmente trabaja solo, en ciertos momentos como el de la recolección hortícola contrata mano de obra externa para realizarla adecuadamente y cumplir los plazos previstos.
“La época más dura” es, sin duda, la cosecha: “Empiezas a trabajar a las siete de la mañana y no acabas hasta las once de la noche”. Pero su rutina habitual suele ser distinta: “Entro a trabajar a las ocho, hago lo que requiera el campo ese día (labrar, tratar, abonar…). Hacia la una y media voy a comer, salgo a echar el cafecito y vuelvo al campo hasta la media tarde”. Al final de la jornada, cambia el tractor por el balón de fútbol para entrenar con el Club Deportivo Murillo, con el que juega de central en Primera Regional.
“Tengo varios tipos de cultivos. Así me cubro las espaldas”.
Para poder disfrutar de algunos días libres, cuenta con el apoyo de su padre y viceversa. También con el de algún compañero, aunque siempre se organiza las vacaciones en la “época de menos trabajo”. Es decir, el campo marca el ritmo de su descanso. Por ejemplo, el pasado invierno se vio obligado a parar tras unas fuertes lluvias, pero durante el grueso de la pandemia ha trabajado con ahínco. “Como no voy solo a un único cultivo, sino que tengo varios, me cubro las espaldas”, recalca.
Su devoción por la agricultura no solo le hace disfrutar de la tierra. También lo hace mirando al cielo. Quizás porque el día a día en el campo también regala estampas únicas, que permiten cultivar esa vocación. Gonzalo aún recuerda cómo su padre, en una ocasión, contó hasta ochenta cigüeñas detrás de su tractor. Las aves buscaban las lombrices que salen al labrar. “Fue algo inédito”, evoca.
Después de trabajar en las plantaciones, guarda sus herramientas en una nave de Carcastillo. Un almacén que comparte con su padre y otros compañeros, con los que forma una sociedad para repartir los gastos y apoyarse mutuamente. Los cinco tractores aparcados en el local evidencian las fuertes inversiones que requiere el sector. Precisamente en ese mismo pueblo se encuentra la Cooperativa Agrícola San Isidro, a la que entrega su producción.
En una época en la que el revelo generacional en el campo se ha convertido en una necesidad imperiosa, Gonzalo vislumbra un mañana en el que las explotaciones serán de mayor tamaño y estarán en manos de menos personas. “Será como pasa con los supermercados y las tiendas pequeñas. Porque al final cada vez hay menos gente que se dedique a esto”, augura.
Él, sin embargo, quiere seguir como hasta ahora. “A mí me gusta estar en el tractor y trabajar la tierra. Si hay que contratar a otros tractoristas para que hagan el trabajo y yo estar de director, se hace, pero prefiero continuar como estoy”, remata vehemente.
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