Su amor por la naturaleza y por convertirse en ama cambiaron la forma en la que Monika Prieto, de 43 años, decidió afrontar su futuro. Por eso, hace dos años se embarcó en una nueva aventura, dejó el trabajo y creó Amalurra (‘Madre Tierra’). Una empresa, en proceso de constitución, cuya actividad se centra en la producción de humus de lombriz, un tipo de abono orgánico.
La parcela que Monika, su padre y su tío miman cada día se encuentra en pleno corazón de Pamplona, en la Magdalena. Un camino de gravilla confluye en la huerta, donde los Prieto cultivan el oficio, el ocio y la relación familiar. La barbacoa todavía tiene restos de carbón, y en la cama elástica se intuyen varias pisadas de los más pequeños de la casa. Mientras los mayores labran la tierra, Monika trabaja en el invernadero donde crece su futuro. Todo ello al abrigo de la imponente estampa que ofrece a lo lejos la catedral de Pamplona.
Desde hace años, Monika busca remedios ecológicos para combatir las plagas. “En un primer momento, mi padre y mi tío se mostraron un poco reacios a que pudiesen funcionar. Pero, ahora, son ellos quienes los defienden con creces”, confiesa entre risas.
“Cuando fui madre, la cabeza me hizo un crack y pensé: ‘Es el momento'”
Además, tiene la formación precisa para ese trabajo. Tras estudiar Ingeniería Agrónoma en la Universidad Pública de Navarra (UPNA), dio sus primeros pasos en el sector. “Me interesaba todo lo relacionado con lo ecológico, pero en aquel momento se consideraba una cosa de cuatro hippies y decidí tirar por lo medioambiental”, rememora. Así que completó sus estudios con un máster en medioambiente, prevención de riesgos y calidad. Al finalizarlo, enseguida se adentró en el mundo laboral.
“Va pasando el tiempo sin darte cuenta y te va comiendo la vida sin replanteártela, sin buscar nuevos retos”, reflexiona. Así transcurrieron catorce años de su vida, en los que trabajó como técnica de prevención de riesgos laborales, calidad y medioambiental en varias empresas. Pero, en 2018, tras el nacimiento de su hijo, cambió de rumbo: “La cabeza me hizo un crack y pensé: ‘Es el momento'”.
Todo empezó en una comida de primos. “Mi hermano le había regalado a mi primo una vermicompostera (un recipiente cerrado, donde las lombrices procesan restos orgánicos, transformándolos en vermicompost). Y, hablando con ellos, me llamó la atención. Empecé a investigar sobre ello y me gustó mucho. Encima, teniendo en cuenta los problemas que producen los químicos al medioambiente y a las personas, decidí lanzarme a crear mi propio humus de lombriz. Y ha funcionado”, apunta orgullosa la ingeniera mientras hunde sus manos entre los restos vegetales y el estiércol equino que surcan cientos de lombrices.
Su nuevo proyecto le ha llevado a estar en constante aprendizaje. De hecho, ha realizado cursos específicos sobre gestión de residuos y compostaje y quiere seguir formándose para aplicar nuevos conocimientos en su “laboratorio”.
DE PROYECTO A EMPRESA
Amalurra vio la luz hace dos años escasos. Y, tras pasar por el Centro Europeo de Empresas e Innovación de Navarra (CEIN), Monika consiguió encaminar el proyecto. Ahora, ultima los procesos legales para comenzar con la actividad comercial.
En cuanto consiga todas las autorizaciones, esta emprendedora prevé trasladar su negocio a un terreno familiar del valle de Aranguren, donde multiplicará por cincuenta su producción actual. Así, prevé pasar de elaborar el vermicompost en dos bidones a hacerlo en cien y llegar a producir “20.000 kilos al año”.
Se trata de una firma con filosofía propia: “hacer todo lo más local posible, localizar la actividad en un mismo lugar, consumir menos gasoil y reducir los transportes”. Por eso, al instalarse en el valle de Aranguren, Monika buscará trabajar con negocios cercanos.
Por el momento, los trámites administrativos están demorando el arranque de la empresa, pero su fundadora espera comenzar con la actividad propiamente laboral en primavera. “El problema con el que me estoy encontrando es que, por ahora, a esta actividad no se le aplica una normativa concreta y me han derivado de un departamento a otro. He estado buscando reglamentos por todas partes, tanto medioambiental como urbanístico o, incluso, industrial. He escrito cientos de correos”, lamenta. Pero, al final, tras llamar a decenas de puertas, parece que se ha topado con la indicada. Y, en principio, será el propio ayuntamiento del valle el que se encargue de catalogar la actividad.
“Mi idea es producir poco y dirigirme a un nicho de mercado relativamente reducido, pero comprometido”
Como conocedora del sector, Monika tiene bien identificado a su público objetivo. Al tratarse de una producción a pequeña escala, sus clientes potenciales serán los pequeños hortelanos y propietarios de viveros, así como las tiendas de plantas locales. “Mi idea es producir poco y dirigirme a un nicho de mercado relativamente reducido, pero comprometido”, señala.
Además, de cara al futuro, le gustaría ofrecer formación y talleres en escuelas para sensibilizar a las nuevas generaciones, así como ayudar a otros hortelanos en la elaboración de su propio compost.
LA CREACIÓN DE ‘NAFAR HUMUS’
‘Nafar humus’ es la marca comercial bajo la que operará cuando consiga los permisos correspondientes. El proceso de producción comienza preparando la materia prima, que en este caso es “la comida de las lombrices”. Para ello, Monika mezcla los restos orgánicos generados en su propia casa -excepto de carne y pescado- con el estiércol de caballo que le proporcionan sus vecinos de la granja Goñi. Una vez estabilizados, se genera el compost con el que alimenta a las lombrices durante unos meses hasta que estas lo transforman en vermicompost o lombricompost.
“El compost se transforma con bacterias, hongos y microorganismos en general. En este caso, las lombrices aportan un extra y añaden unas características concretas. Por último, dejándolo madurar durante aproximadamente tres meses más se consigue el humus”, detalla. Todo este proceso, en condiciones óptimas, dura entre seis y ocho meses. Pero Monika prefiere hacer estimaciones anuales: “Calculo a un año vista. Es decir, lo que produzca este año sería para venderlo el siguiente”.
Debido a las características del producto, le resulta muy complicado renunciar al plástico en el packaging. Al menos por ahora. “El cartón se deshace y tampoco puede ser biodegradable porque, al tener microrganismos, se degradaría. Es complicado”, constata. Sin embargo, ya está buscando una solución más respetuosa con el medio ambiente. De hecho, se ha puesto en contacto con una empresa para vender el producto a granel.
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