Teresa Osés empezó a trabajar con 14 años en Azkoyen: “Dije en casa que no quería estudiar sino ir a la laboral. Es que entonces hacer formación profesional era como no estudiar, y mi padre me contestó que o iba al instituto o a trabajar. Pues a trabajar”. Azkoyen, la multinacional de Peralta, acababa de sacar al mercado las máquinas electrónicas que supusieron un boom de la empresa. Tras trabajar en una línea de producción, Teresa pasó al departamento de compras, desde el que podía atisbar los pasos estratégicos que daba la compañía. “Tendría 23 o 24 años cuando vi que iba hacia la subcontratación, y eso suponía contar con proveedores. Se unieron el hambre con las ganas de comer. Azkoyen buscaba crecer y yo siempre había querido ser empresaria. En aquel momento, mi marido, Leo Osés, que era maestro industrial, no tenía trabajo y optamos por el autoempleo”.
No tenían formación empresarial, pero sí mucha intuición. “El departamento de compras estaba muy relacionado con producción, por eso sabía cuál era el proceso de fabricación de una bobina. Pero la verdad es que nos tiramos a la piscina ¡de cabeza y sin agua!“, reconoce riéndose. Teresa dejó la empresa y, en 1987, empezaron a hacer bobinados para Azkoyen en casa, con una máquina que todavía conserva y que compraron, junto con el hilo de cobre, con un crédito de un millón de pesetas al 17 % de interés. Fueron tan oportunos que a los nueve meses tenían 35 empleados. Un crecimiento exponencial que se explica por el hecho de que, a los tres meses de que crearan su empresa, Azkoyen lanzó un selector de monedas electrónico que fue un bombazo. Tuvieron que alquilar bajeras hasta que, en 1989, compraron la nave en el polígono industrial de Peralta donde sigue estando Bobinados Osés.
Todo iba bien hasta que Azkoyen planteó unas condiciones a las que tenían que atenerse sus proveedores si querían seguir siéndolo. “¿Qué ocurría? Pues que habíamos crecido y crecido, pero sólo teníamos un cliente. Estupendo y maravilloso, pero solo uno. Azkoyen también creció muchísimo y llegó un momento, allá por 1994, en el que todos tuvimos que repensar procesos, estrategias… Y planteó comprar en Oriente porque allá las bobinas les cuestan un 35 % menos que las nuestras”. Los Osés veían con impotencia que no podían competir con esos precios. “Pero como empresarios, antes de rendirnos y teniendo en cuenta que teníamos 35 familias detrás, buscamos una salida”.
“Al principio, en las reuniones siempre se dirigían a mi marido. Entonces no me lo tomaba como una ofensa. ¡Después sí!”.
Por primera vez contrataron a un asesor externo, Ángel Azcárate. Se emociona al recordarle. “Fue un gran amigo, murió en enero de 2017 y mi marido en septiembre”. Calla unos segundos tras los que vuelve a animarse para contar que, de la mano de Azcárate, emprendieron una radical reforma del sistema de producción basada en la mejora continua y el análisis de procesos. Lograron abaratar los costes casi un 40 % y reducir los plazos de entrega de quince días a diez minutos. “Ya podíamos competir con Oriente“.
Además, de aquella crisis aprendieron que no podían depender de un solo cliente. “Salimos a buscar otros que utilizasen bobinas, que era lo que sabíamos hacer, y descubrimos una España con mucha economía sumergida. ¡Había bobinadoras debajo de una escalera, tal cual! Además de competir con Oriente, teníamos que hacerlo contra esas prácticas fraudulentas. Ante ese panorama nos atrevimos con la alta tecnología“. Era el año 1992 y Bobinados Osés diversificó su actividad para incorporar el marcado por láser, lo que dio lugar a otra empresa, Osés Lasermarker, que se mantiene activa grabando de forma indeleble sobre todo tipo de materiales, desde los plásticos hasta metales.
No hubo grandes novedades hasta la llegada del euro. El cambio de moneda requería nuevos selectores en las máquinas de vending. Eso trajo consigo un pico de trabajo tal para Azkoyen y sus subcontratadas que Bobinados Osés, con entre veinte y veinticinco empleados, pasó a tener 80 trabajando en tres turnos. Según Teresa Osés, las 2.000 personas que llegaban cada día a trabajar a Peralta aumentaron hasta las 5.000. “Buah, fue un año que se podía repetir cada diez. Alguna vez se dijo que España podía salir del euro, todos preocupados y nosotros pensábamos ‘¡nuevos selectores!'”, dice sin poder contener una carcajada. Sabían que era algo temporal, que al terminar 2001 la plantilla volvería a ser de unas veinticinco personas: “Pero en septiembre de 2002 tuvimos que hacer nuestra primera regulación de empleo, los eventuales que habíamos contratado salieron y también tuvimos que prescindir de trabajadores fijos”.
La causa de este giro en la situación estuvo en la decisión de los clientes de Azkoyen, que en vez de cambiar los selectores compraban expendedoras completas. Al renovarse por completo el parque de máquinas en 2001, al año siguiente nadie necesitó nuevas, Azkoyen redujo drásticamente la producción y sus proveedores sufrieron las consecuencias. En Osés habían apostado por la diversificación y la tecnología. “Pero Azkoyen era taaaaan importante que volvimos a tropezar con la misma piedra. Hombre, mejor preparados y, como habían sido años muy buenos, teníamos un remanente de capital para resistir. Pensamos que iba a ser algo pasajero, pero un año y otro y otro y aquello no mejoraba”.
“Hemos tenido fracasos absolutos, absolutos. No oigo que otros empresarios hablen de eso y creo que se equivocan porque es algo tan natural…”.
Buscando salidas decidieron abordar la internacionalización, entraron en el I Plan Tecnológico de Navarra y en el Programa Pipe 2000, del Gobierno de Navarra y Cámara Navarra, y llegaron a la conclusión de que no estaban preparados para exportar, de que previamente tenían que incrementar su labor comercial en España. “Sería en la tercera o cuarta visita que hacíamos a potenciales clientes cuando descubrimos un aparato, el transponder, que utilizaba una bobina, un chip y unos procesos industriales muy parecidos a los de Bobinados Osés”. Básicamente, el transpondedor es un dispositivo utilizado en telecomunicaciones que recibe una señal, la amplifica y reemite en una banda distinta. Descubrieron que, detrás, estaba la tecnología RFID (identificación por radiofrecuencia), que prácticamente no tendrían competencia en España y que su valor añadido era muy alto.
“Nos pareció un momento muy oportuno para aparcar la internacionalización e investigar en el transponder“. Y, finalmente, en 2005 crearon otra empresa, Osés RFID. A Teresa Osés le brillan los ojos. “Ahí iniciamos un proyecto muy importante en cuanto a I+D, diseño, fabricación, máquinas, patentes propias… Un proyecto de verdad precioso, ilusionante. ¿Qué ocurrió? Pues que llegó 2008 y Lehman Brothers, nos dijeron que las empresas que nos habíamos reinventado al apostar por la tecnología no íbamos a tener ningún problema. Ya. Intentamos sacarla adelante y resistimos, pero fue imposible y en 2014 tuvimos que decir hasta aquí. Lo recuerdo con mucho dolor, la decisión la tuve que tomar yo porque mi marido ya estaba enfermo… Todo a la basura”. Osés RFID existe, tiene dos clientes, y espera su oportunidad para resurgir. “Es algo personal, sé que esto va funcionar ¡y va a funcionar!“, proclama sonriente.
BATAS AZULES CONTRA BLANCAS
Habían pasado del trabajo mecánico de fabricar bobinas a la tecnología puntera, lo que sin duda habría requerido la contratación de personal cualificado. Nos interesamos por esa convivencia. “¡Ah! La guerra de las batas azules contra las batas blancas“, exclama ante nuestra perplejidad, que le empuja a reír. Explica que los trabajadores de Bobinados Osés no precisaban una formación, bastaba con que aprendieran el sencillo manejo de las bobinadoras, pero Osés RFID requería como mínimo un grado superior y a ser posible una ingeniería. “Durante veinte años, aquí hubo personal de producción que hacía un trabajo físico. De repente llegaron unas personas que vestían batas blancas, se sentaban ante un ordenador…”. Calla y compone la postura de una persona ante la pantalla, adelantando la cara. “Pueden estar horas así, pero están trabajando, investigando, diseñando. Los de las batas azules nos decían que eran ellos los que producían y facturaban y que, además, cobraban menos que los de las blancas. Encima, lo del transponder no resultó. ¡Imaginad dónde quedó mi orgullo empresarial!”, señala riéndose de nuevo.
Su sinceridad le lleva a reconocer que, junto a éxitos sonados, también tuvieron “fracasos absolutos, absolutos“. “No oigo que otros empresarios hablen de eso y creo que se equivocan porque es algo tan natural…”. Su humildad también le lleva a admitir su insuficiente preparación, que fue completando con cursos en CEIN de innovación empresarial, de gestión y de calidad; con un máster de Dirección General de IESE…
Entonces recuerda el penoso trance del fallecimiento de su marido y socio. “Al caer enfermo, Leo nos dio tiempo a preparar su ausencia y contratamos a un técnico porque yo puedo gestionar, pero la parte técnica no la domino. No me importa admitir que, desde que falleció hasta que me rehíce, fueron dos años en los que la empresa iba porque tengo un personal que se la echó al hombro. Me dijeron ‘venga, Tere, tú recupérate que aquí estamos nosotros’. No son las máquinas, ni la tecnología, una empresa son sus personas“.
“Si no tuviera pasión, Bobinados no existiría ya. Me siento orgullosa de ser empresaria”.
Recuerda que, cuando fundaron la empresa, entró “en un mundo en el que no había mujeres” y que, en las reuniones, sus interlocutores “siempre” se dirigían a su marido: “Lo más lógico en la cabeza de aquellos hombres era que la persona responsable fuese él. Entonces no me lo tomaba como una ofensa, pero ¡después sí! Ja, ja, ja”.
Al empezar no tenía referentes femeninos en los que inspirarse. “No había empresarias en Peralta, veía que las mujeres adoptaban modelos masculinos en su gestión. A mí eso no me gustaba. Somos mujeres, con unas necesidades diferentes a los hombres, por cultura y por todo. Pues hagamos cosas también diferentes”. ¿Por ejemplo? “Yo tenía la gran ventaja de ser la empresaria y, cuando tuve a mis hijos, como a todas las madres me gustaba llevarlos al pediatra, a la guardería o lo que tocara. Así que cambié la reunión de producción que teníamos a las ocho a las diez. Dijeron que iba a ser el fin del mundo, que aquí no se iba a poder ni trabajar. Pues no, y ahora es normal que una mujer o un hombre diga que tiene que irse de una reunión para llevar a su pequeño al pediatra”. Cualquiera de sus trabajadoras puede acogerse hoy a medidas de flexibilidad laboral y conciliación familiar.
Hay quienes le dicen que “vosotros, los de las empresas familiares, no debéis tener tanto corazón, mirad más los datos“. “¡Por favor, si luego iba al parque con la silleta y estaba con mis empleadas! Tenemos que tener corazón, mucho, cuando las cosas van bien y cuando van mal”. Duda un segundo y añade que “hay momentos en los que tus decisiones de empresaria chocan frontalmente con las necesidades de tus trabajadores”. Y eso “no siempre es bonito y maravilloso”, ya que “las fricciones pueden ser brutales…”. “Cuando las cosas nos fueron muy bien, del 87 a 2002, ¡qué fácil fue gestionar! Todo valía, te podías equivocar, pero no pasaba nada porque podías resolverlo con dinero. Otra cosa es equivocarte cuando vienen mal dadas, puede ser el final”.
Tras repetir algo ensimismada que “claro que hay que tener corazón”, se le iluminan los ojos. “Y pasión. Si yo no la tuviera, Bobinados no existiría ya. Me siento orgullosa de ser empresaria y no me da ningún apuro decirlo”. Gracias a esa pasión, Bobinados Osés cuenta con nuevos clientes, Osés Lasermarker ha intensificado su labor comercial “y otra vez estamos en parvulitos de internacionalización” a través del programa Accedex. ¿Seguirá siendo una empresa familiar? “Ya veremos. Tengo dos hijos que están fuera, pienso que es mejor que se formen por ahí. Si quieren, podrán hacerse cargo de todo esto. No tienen por qué hacerlo, igual no les gusta y dándoles la gestión les arruinas su proyecto de vida. Lo que es seguro es que serán los propietarios y tendrán que tomar las decisiones”. Se ha puesto seria, pero vuelve a reírse acto seguido. “Además, es difícil trabajar junto a unos padres que han fundado la empresa. Después de tantos años, nos volvemos muy cabezones“, señala empleando el plural, como si Leo siguiera a su lado.