Se trata de iglesias pequeñas de una sola nave, austeras en su ornamentación y un tanto toscas, dotadas en su mayoría de esbeltos campanarios, situadas en pueblos igualmente muy pequeños y próximos unos a otros, aunque también hay alguna aislada, fuera de los núcleos de población. Las más notables podrían ser las de San Pedro de Lárrede, San Juan de Busa, San Martín de Oliván o San Bartolomé de Gavín, sin que el resto desmerezcan en absoluto. Una de ellas, San Urbez de Basarán, fue trasladada piedra a piedra a Formigal, donde fue reconstruida. Lo mismo ocurrió con el ábside y restos de Santa María de Gavín, gravemente dañada durante la Guerra Civil, que hoy pueden verse en un parque de Biescas.
Los estudiosos de la historia del arte están de acuerdo en que las iglesias del Serrablo siguen las normas de una arquitectura románica, y también en que fueron construidas entre los siglos XI y XII. Coinciden asimismo al destacar singularidades como los frisos con cilindros verticales de piedra (baquetones), los arcos ciegos de sus ábsides y los dinteles que en su día fueron considerados de herradura, lo que dio pie a catalogarlas como mozárabes. A partir de ahí se dividen en interpretaciones que tratan de explicar las incógnitas que plantea su contemplación.
Quienes las consideraban mozárabes a la vista de los arcos que visualmente lo parecían se apoyaban en su cercanía a Huesca, ciudad bajo dominio musulmán hasta finales del siglo XI. Un argumento rebatido por otros historiadores que advertían de la gran influencia en la zona del reino de Pamplona y de su poderosa iglesia. Según estos, lo que era percibido como arco mozárabe sería en realidad un recurso arquitectónico que facilitaba la construcción de los dinteles en las puertas y ventanas.
Hay asimismo expertos que vislumbran influencias lombardas que se pondrían de manifiesto en los arcos ciegos de los ábsides, pero resulta extraño que se adoptara este recurso apenas utilizado en el resto del románico peninsular, en el que se prefería la apertura de ventanas, por estrechas que fueran.
Las iglesias podrían ser obra de albañiles de la zona que optaron por soluciones arquitectónicas simples y económicas.
Otra teoría, que va ganando adeptos y se considera cada vez más verosímil, dice que se trataría de obras de albañiles de la zona que optaron por soluciones arquitectónicas simples y económicas que iban repitiendo en cada uno de los templos, “tenidas como satisfactorias sin mayores aspiraciones y adoptadas de pueblo en pueblo en un área relativamente restringida”, según el catedrático de la Universidad Complutense Javier Martínez de Arregui.
Eso explicaría las originalidades que comparten las iglesias serrablesas, pero al mismo tiempo abre un interrogante sobre su antigüedad, ya que en la arquitectura rural, y más si se trata de zonas un tanto aisladas, “las fórmulas perviven fácilmente con cierta independencia de la evolución de los estilos”, indica Arregui, al que se suman otros expertos que advierten de que la perduración es consustancial a la arquitectura medieval, de forma que las fórmulas constructivas tienen una prolongada permanencia temporal que desborda las cronologías de los estilos.
Todo ello, unido a la escasa documentación existente en los archivos sobre los templos, hace que haya habido quienes sostenían que se trata de obras prerrománicas, de principios del siglo X, junto a los que opinan que su edificación hay que datarla a finales del siglo XII. La mayoría, sin embargo, las encuadra en un periodo que iría desde mediados del siglo XI hasta la primera mitad del siglo XII. Por otra parte, no hay que descartar que los edificios primitivos fueran ampliándose o sufrieran modificaciones con el paso del tiempo, lo que dificulta aún más una datación más o menos exacta.
ARTE Y NATURALEZA
Pero al margen de esas disquisiciones, que dejaremos en manos de historiadores y expertos, la simple contemplación de los templos supone una experiencia fascinante. Una visita al centro de interpretación Iglesias de Serrablo, que se encuentra en Lárrede, en una herrería del siglo XVII habilitada como espacio expositivo, da a conocer las claves de un conjunto declarado Munumento Histórico-Artístico en 1982.
Además, al recorrer las praderas del apacible y acogedor valle por el que discurre el río Gállego el visitante sucumbe al encanto de los pequeños pueblos pirenaicos, con casas de piedra rematadas por las típicas chimeneas cónicas -que también tenían la misión de espantar a las brujas cuando sobrevolaban los tejados montadas en sus escobas-, y hacen que se sienta transportado a una época en la que todo era más amable.
Si el patrimonio artístico es impresionante, el natural apabulla. La comarca del Alto Gállego se encuentra a un paso de espacios protegidos como los parques nacionales de Ordesa y Monte Perdido, y el de la Sierra y los Cañones de Guara. Asimismo acoge el Monumento Natural de los Glaciares Pirenaicos y, dentro de la Red Natura 2000 (espacios protegidos por la Unión Europea), su territorio cuenta con 3 ZEPA’s (Zona de Especial Interés para las Aves) y 16 LIC’s (Lugar de Interés Comunitario).
Senderos señalizados y acondicionados se adentran en bosques de robles, pinos y hayas, o suben hasta ibones rodeados de altas cumbres que frecuentan quebrantahuesos y alimoches, sarrios y ciervos, haciendo del paseo una experiencia inolvidable. Y no hay problemas a la hora de reparar fuerzas tras la caminata. Tanto en Sabiñánigo como en Biescas abundan los locales en los que poder degustar una cocina basada en productos de la zona, como el ternasco, las migas, los embutidos y quesos o los guisos de carne, acompañados de los afamados vinos del Somontano.