Los faros han guiado a los barcos desde que se generalizó la navegación. Uno de ellos, el de Alejandría, fue una de las siete maravillas de la antigüedad. Y la torre de Hércules, en A Coruña, se levanta en el lugar donde los romanos situaron un faro en el siglo I, aunque su aspecto actual se debe a la restauración de que fue objeto en 1791.
España cuenta con casi 190 faros en funcionamiento, aunque ya son muy pocos los habitados por fareros porque se trata de un colectivo, el de técnicos de señales marítimas, declarado a extinguir en 1993. Sus últimos integrantes van jubilándose y son sustituidos por técnicos externos de empresas auxiliares “que realizarán un mantenimiento mucho más impersonal, menos íntimo y cercano”, según Mario Sanz Cruz, que tiene a su cargo tres faros en la costa de Almería. En uno de ellos, el de la Mesa Roldán, ha creado un museo que muestra su entrañable forma de entender la profesión.
Se encuentra en el edificio de planta baja del que sobresale la torre coronada por la linterna. Allí guarda todo tipo de objetos que ha ido recogiendo, o que le han hecho llegar, relacionados con los faros, maquetas, algunas de ellas hechas a mano por su propia madre, cuadros pintados por artistas de la zona, de la que también es un animador sociocultural digamos que oficioso, y curiosidades varias, desde botellas de gaseosa marca El Faro hasta navajas cuyas cachas reproducen la torre de alguno de ellos. Muestra gustoso la linterna, “emite cuatro destellos separados por un negro, cada faro tiene una secuencia diferente y eso permite que sean identificados por los navegantes”, y nos deja curiosear libremente por un museo que aspira a que se mantenga en el lugar una vez que se produzca su próxima jubilación.
ALEGATO EN DEFENSA DE LOS FAROS
Además cuenta con una completa biblioteca entre cuyos libros se encuentran los que él mismo ha escrito, como Un recorrido por los faros de la Costa Vasca, con un prólogo que es un alegato en defensa de los faros y quienes los mantienen. Tras incidir en lo mucho se ha cuestionado la utilidad y vigencia de los faros en un tiempo en el que son los aparatos GPS los que guían a los barcos, que parecen convertirlos en reliquias del pasado, Mario Sanz reconoce que los faros ya no son la única ayuda a la navegación, “pero sí es la única gratuita, de lenguaje universal, que lanza sus sencillas señales a quien quiera recogerlas, sin tener en cuenta fronteras, nacionalidades, idiomas, religiones o intereses económicos o políticos”. Defiende también, apelando tanto a nuestros sentimientos como al sentido práctico, que para orientarse por los faros “no hace falta saber inglés, no hace falta tener electricidad a bordo ni instalar costosos aparatos que dependen de satélites norteamericanos”. No, insiste en farero, “sólo hay que mirar al horizonte y ellos te enviarán sus destellos como guiños de sus ojos vigilantes y protectores de tu singladura”.
En la costa vasca hay nueve faros, cinco en Gipuzkoa y cuatro en Bizkaia
Sanz sigue exponiendo sus argumentos en defensa de tan singulares infraestructuras: “Son mucho más que simples luces que emiten un código específico para guiar a los barcos. Los faros son hitos en el paisaje, inspiración de pintores y escritores, objetivo de las cámaras de fotógrafos y cineastas, admiración de vecinos y visitantes. En fin -concluye- los faros también son edificios históricos o singulares que atraen como un imán y, entre sus luces y sus sombras, hacen que dejemos volar la imaginación”. Suele decir, con cierta amargura, que “¿quién le va a hacer un poema, o una pintura, a un GPS?”.
Para los de tierra adentro quizás nos resultan aún más seductores los faros porque, además de no poderlos ver en nuestra cotidianeidad, el hecho de erguirse al borde del mar incrementa su atractivo. Pero los navarros los tenemos cerca, a apenas 90 kilómetros nos esperan los más cercanos, y no mucho más lejos podemos ver otros siete jalonando las costas de Gipuzkoa y Bizkaia.
RUTA POR LOS FAROS VASCOS
Euskadi tiene apenas 246 kilómetros de costas que, sin embargo, acogen dos importantes puertos comerciales -Bilbao y Pasajes- con un elevado tráfico marítimo, además de varios puertos pesqueros y deportivos que cuentan con una amplia flota de barcos, de ahí que cuente con nueve faros -cinco en Gipuzkoa y cuatro en Bizkaia- y numerosas balizas que señalizan la entrada a los fondeaderos o puntos que pueden resultar peligrosos para la navegación a lo largo de la costa.
La ruta que los une podría partir de Hondarribia, donde se encuentra el del cabo Higuer, construido en 1881 en la caída del monte Jaizkibel hacia el mar. Desde allí, siguiendo camino que bordea la costa donde encontramos estelas en recuerdo de marineros fallecidos al naufragar, se llega a Pasajes y su faro de La Plata, que guía a los barcos desde la entrada al puerto de la localidad. El edificio recuerda a un castillo medieval, de hecho cuenta con almenas y dos torreones, y se asienta a 153 metros sobre el nivel del mar en la fuerte pendiente del acantilado del cabo de la Punta de la Plata. Es uno de los más antiguos de la costa vasca, fue inaugurado en 1855, al igual que el siguiente que encontraríamos en nuestra ruta, el de Igeldo, muy popular por su cercanía a Donostia. Situado a 130 metros de altura, cierra la bahía de La Concha por el lado izquierdo y su edificio blanco destaca sobre la hierba de la ladera. Anteriormente hubo otro faro en Igueldo que resultó destruido en las guerras carlistas. El nuevo se situó 50 metros más abajo para evitar las nieblas que ocultaban al primitivo, hoy reconvertido en el mirador del parque de atracciones.
La de farero o técnico de señales marítimas es una profesión declarada a extinguir en el año 1993
Si seguimos avanzando junto al mar llegaríamos a Getaria y su faro, situado en el extremo del monte San Antón, más conocido como el Ratón de Getaria. Fue construido sobre los restos de la antigua ermita de San Antón, descubiertos durante la intervención arqueológica realizada en 2008. Aunque en 1813 se levantó aquí una farola, el faro como tal no empezó a funcionar hasta 1863. La siguiente etapa nos llevaría hasta el faro de Zumaia, inaugurado en 1870 y destruido por los carlistas poco después, lo que obligó a reconstruirlo con el aspecto que hoy presenta en 1881. Se encuentra a 41 metros de altura sobre el nivel del mar en la orilla occidental de la desembocadura del río Urola, sobre la colina de La Atalaya, no lejos del singular flysch de sus acantilados.
Pasando a Vizcaya, y más concretamente a Lekeitio, encontramos el faro de Santa Catalina, el único de los visitables de Euskadi. Data del año 1862 y acoge un centro de interpretación de la técnica de la navegación que brinda la oportunidad de experimentar la sensación de los marineros que, perdidos en la mar, ven la luz del faro que les guiará hacia su casa en un viaje virtual en barco. El siguiente hacia el oeste es el del cabo Machichaco, en Bermeo. En realidad son dos: el viejo faro, del que sólo queda en pie la torre, se inauguró en 1852 y estuvo en funcionamiento hasta 1909, y el actual, a 100 metros del anterior, que entró en funcionamiento cuando se cerró el antiguo. En el viejo se ha instalado un observatorio desde el que se pueden contemplar aves y cetáceos gracias a su privilegiado emplazamiento, un promontorio a 80 metros de altura entre la Reserva de la Biosfera de Urdaibai (forma parte de la reserva) y el biotopo protegido de San Juan de Gaztelugatxe.
A continuación está el faro de Gorliz, mide 21 metros y está situado a 165 metros de altitud, lo que lo convierte en el faro más alto de Euskadi y de todo el litoral cantábrico. Es también el más moderno, comenzó a emitir destellos de luz hace sólo 32 años, y aunque su arquitectura carece del encanto del resto, el paisaje terrestre y marino que desde allí se divisa hace que la visita merezca la pena.
Nuestra ruta termina en el faro de la Punta Galea, en Getxo, quizá el más importante porque guía a los barcos que continuamente entran y salen del puerto de Bilbao. Sorprendentemente, es el más modesto de todos, con una torre de solo 8 metros de altura. El actual se inauguró en 1950, en sustitución de otro construido en 1927 en un lugar tan inestable que hizo que su base se resquebrajara y que, a su vez, sucedió a otro que a menudo quedaba tapado por la niebla al estar situado bastante más alto.
Una vez terminado el recorrido no podremos sino darle la razón a Mario Sanz cuando pide a las instituciones públicas que empiecen a tener en cuenta a los faros “de cara a su protección, restauración y mantenimiento, para que sigan cumpliendo muchos años su función principal de señalización, pero también para que, aunque no estén habitados, puedan prestar sus instalaciones vacías para cualquier uso cultural o educativo que se les pueda añadir, evitando así su deterioro, desaparición y, por supuesto, su enajenación para fines lucrativos”.