sábado, 27 abril 2024

Amaia Goñi, ingeniera de ‘software’ en el gigante Volvo Cars

Los profesores de matemáticas le enseñaron a sentir curiosidad por los números y la electrónica. Así, esta villavesa de 40 años decidió estudiar Ingeniería Superior en Telecomunicación en la UPNA. Tras trabajar en entidades y empresas de la Comunidad foral como CITEAN y Tegui, quiso explorar oportunidades en el extranjero. Por eso, se marchó a Núremberg, donde conoció a su actual marido y, nueve años después, ambos se instalaron en Gotemburgo, donde viven felices con sus dos hijas.


Pamplona - 26 marzo, 2024 - 05:58

Natural de Villava, estudió en el colegio Lorenzo Goicoa. Allí empezó a interesarse por la tecnología. (Foto: Maite H. Mateo)

Villavesa «de corazón», Amaia Goñi se define a sí misma como una mujer «de naturaleza curiosa». Quizá, el momento en el que comenzó a cuestionarse diversas realidades fue el nacimiento de su hermana. «Tenía seis años, me acuerdo perfectamente. Yo la miraba y la veía tan pequeñita… De pronto quería saber todo sobre los niños», rememora. Lo cierto es que la curiosidad es el motor de los grandes hallazgos. Usar los signos de interrogación es lo que hizo que Amaia diera con su destino.

En el colegio Lorenzo Goicoa, los docentes iban ampliando poco a poco sus horizontes, especialmente los de matemáticas. A Amaia le gustaba plantearse problemas y resolverlos, veía a los números como grandes aliados. «Uno de los profesores nos enseñó informática con ordenadores casi prehistóricos. Teníamos cinco para toda la clase, era un poco caótico». En ese momento empezó a crecer en ella cierto interés por la electrónica.

Sin embargo, aunque aquel mundo le gustaba, a la hora de elegir una carrera universitaria no lo tuvo claro. Muchos jóvenes, recién salidos de la selectividad (actual EVAU), se encuentran bastante desorientados. Es frecuente escuchar «ninguna opción me atrae» o «ninguna carrera me gusta tanto como para estudiarla». También hay quienes se encuentran en el lado contrario: aquellos que tienen demasiadas alternativas. Amaia pertenecía a este último grupo. «Me gustaban el Derecho, muchas ingenierías… Aunque contábamos con una orientadora en el colegio, nunca tuve realmente claro qué hacer. Me atraían muchas cosas y decidir es difícil».

«Quería cambiar de aires, probar algo nuevo. Algo me decía que tenía que irme al extranjero»

Finalmente, se decantó por estudiar Ingeniería Superior en Telecomunicación en la Universidad Pública de Navarra (UPNA). Hoy agradece aquel paso que dio casi a ciegas, pero reconoce que los primeros años fueron muy duros. «Empecé a disfrutar la carrera en el cuarto año. ¡Fíjate qué tarde!», ríe ahora. Así, su rostro se ilumina con satisfacción y, con la voz firme, lanza al aire un consejo: «De jóvenes todos nos sentimos un poco perdidos. No hay que preocuparse demasiado, hay que cultivar la paciencia. Hay que dar una oportunidad a las decisiones que tomamos, aunque al principio no nos gusten».

Al acabar la carrera, una beca le abrió las puertas al mundo laboral. Durante diez meses, centró sus esfuerzos en crecer dentro del Centro de Innovación Tecnológica de Automoción de Navarra (CITEAN), experiencia que recuerda con mucho cariño. «Cuando sales de la universidad, te ves pequeña, tienes incertidumbre… Luego ves que, en el fondo, no es para tanto». Un poco más segura de sí misma y de sus capacidades, cuando finalizó su beca se encontró con Tegui, una empresa de porteros automáticos. De hecho, el sistema del portal de las oficinas de Navarra Capital fue creado por esta empresa, y Amaia participó en el proyecto como ingeniera electrónica. Allí permaneció cuatro años pero, una vez más, la curiosidad llamó a su puerta y pronto se originó en su vida un gran cambio. «Quería cambiar de aires, probar algo nuevo. Algo me decía que tenía que irme al extranjero».

¿Francia? ¿Italia? ¿Reino Unido? ¿Alemania? Las opciones que sobresalían eran aquellas que garantizaban cierta cercanía con su país natal. «Estuve meses buscando trabajo, habrá ochocientos currículos míos por toda Europa. Sabía que ahí fuera había algo para mí», bromea orgullosa por haberse dejado guiar siempre por su intuición. Después de sopesarlo con mucho detenimiento, se decantó por probar suerte en tierras germanas. El idioma fue clave en su elección: «Sabía un poco de alemán, había estudiado en la universidad y en la escuela de idiomas, y me lancé a la aventura». Las empresas del país teutón no tardaron en interesarse por ella y, después de realizar varias entrevistas por videoconferencia, Paragon AG, un proveedor de automoción, le propuso volar a Núremberg. Amaia no lo dudó ni un solo segundo y, con la certeza de que en Alemania le deparaba un futuro brillante, hizo la maleta y se subió a ese avión.

LA SERIEDAD DEL «GUTEN MORGEN»

«Me ofrecieron un contrato como ingeniera de software. Hacíamos aparatos para el cockpit (el dispositivo digital ubicado en el salpicadero de los coches) y también sistemas de climatización de automóvil», detalla haciendo especial hincapié en que aquellas labores le apasionaban. Sin embargo, no todo siempre es idílico. Instalarse en Núremberg fue un camino arduo. «Estaba acostumbrada a llegar los lunes a la empresa y tomarme un café con mis compañeros mientras nos contábamos qué habíamos hecho durante el fin de semana. En Alemania, solamente te dicen ‘guten morgen’ y todos se ponen a trabajar. El carácter de la gente es muy distinto», narra. El arranque fue duro, también porque Amaia se mudó sin tener aún alojamiento. «Estaba sin piso, debía hacerme una cuenta de banco allí, darme de alta en la Seguridad Social… El primer mes fue una locura, sobre todo porque yo todavía no controlaba del todo el alemán».

Pero el idioma fue lo que hizo que, en medio de ese caos, una luz lo eclipsara todo. Se inscribió en la escuela de idiomas de Núremberg, y allí conoció a un hombre chileno que hoy es su marido: «Jorge y yo nos enamoramos, empezamos a salir y ahora tenemos dos hijas preciosas».

Felices, permanecieron en Alemania más de nueve años. Amaia se incorporó al Departamento de I+D de Siemens, de modo que la ciudad germana se convirtió en su hogar. La vida parecía sonreírles, pero todo se truncó con la llegada de la pandemia.

NUEVO CAMBIO DE AIRES

Prohibición tras prohibición, y cansada de no poder viajar a su querida Navarra, Amaia optó por abandonar el país germano. La idea de mudarse a Suecia comenzó a seducirle, especialmente por las grandes oportunidades profesionales que hay allí dentro de su campo. Buscando un nuevo empleo, dio con Volvo Cars y, una vez tomada la decisión, la familia hizo las maletas y se marchó a Gotemburgo, donde trabaja como ingeniera de software y ella y los suyos viven en una casa en la que «se respira felicidad por todas partes».

Los árboles se abren paso en la ciudad, donde brilla una «luz especial». Rodeados de paisajes espectaculares, sus días transcurren con armonía. «Al lado de la guardería hay un bosque. La naturaleza allí es increíble, te dan ganas de estar contenta todo el rato», remarca.

«Venimos a Navarra en fechas especiales. Lo cierto es que mis hijas son más suecas que españolas. ¡Tienen hasta acento guiri!»

A sus 40 años, afirma con rotundidad que ese es su lugar en el mundo. Pero también echa de menos la Comunidad foral, especialmente a sus padres: «Me hace muy feliz ver a mis niñas con sus abuelos. Venimos en fechas especiales, como Navidad. Lo cierto es que mis hijas son más suecas que españolas. ¡Tienen hasta acento guiri!». 

Con una sonrisa permanente en el rostro, contenta por cada paso que dio en el pasado, insiste en que Suecia es maravillosa. Sin embargo, nada se asemeja a la gastronomía española. «¡Ojalá tuviera allí los pinchos de aquí! En cuanto a comida, sin duda, me quedo con Navarra», remata.

Esta entrevista forma parte de la Estrategia NEXT del Gobierno de Navarra.

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