sábado, 20 abril 2024

Antonio Rodríguez, un ingeniero de alianzas

Estudiaba FP cuando un profesor le convenció para dar el salto a la universidad y convertirse en ingeniero técnico industrial. Fue así como, tras finalizar la carrera "con el segundo mejor expediente de la universidad" y trabajar en SMC y Fluitecnik, aterrizó en CITI Navarra. En la actualidad, la entidad que gerencia cuenta con casi 2.400 ingenieros colegiados y factura “más o menos 1.400.000 euros” anuales. Desde hace algunos años, además, es el gerente de ANAIT, asociación que agrupa a unas 160 empresas y que le ha permitido potenciar una de sus obsesiones: la colaboración entre compañías para ganar en competitividad.


Pamplona - 14 enero, 2023 - 00:02

Antes de aterrizar en CITI Navarra, Rodríguez trabajó en SMC y Fluitecnik. (Fotos: Ana Osés)

Tendemos a subestimar el poder de las interacciones casuales. Antonio Rodríguez, por ejemplo, nos cambia el humor mañanero al decirnos que nuestro acento es “chulísimo”. A él, décadas atrás, un profesor de Formación Profesional le cambió la vida. Aquel joven jugador de balonmano del Anaitasuna todavía no había alcanzaba la mayoría de edad cuando decidió que no se dedicaría al deporte de manera profesional. Decidió entonces apuntarse a un grado de Electricidad en el CIP Virgen del Camino. “No había cogido un libro en mi vida. Me metí en FP porque en aquel momento no hubiera sacado el Bachillerato ni loco”, rememora.

Por lo que nos cuenta a continuación, sabemos que subestima sus capacidades. En el centro descubrió que le gustaba estudiar y que, de hecho, se le daba bastante bien. Allí conoció a Fernando, un docente a quien hoy considera un amigo. “Era muy, muy duro. Y no entendíamos por qué nos daba tanta caña en clase. Lo cierto es que yo aprobaba todo sin problema y, sin darme cuenta, estaba aprendiendo un montón de matemáticas y de física”. Fue él quien le empujó a seguir formándose. Tras su paso por el centro público, decidió matricularse en la Universidad Pública de Navarra (UPNA). “No te voy a decir que hacerlo fue fácil, pero sí se me hizo más fácil que a otros por la base que había recibido. Siempre lo diré”, apunta con gratitud.

Finalizó Ingeniería Técnica Industrial -en la rama de Electricidad– “con el segundo mejor expediente de la universidad”. Los noventa fueron años en los que “era muy fácil trabajar como ingeniero o con un título de FP”. Casi “de rebote”, Rodríguez aterrizó en la rama comercial. “Al principio no me gustaba nada, pero después me di cuenta de que me apasionaba combinar esta faceta con la vertiente técnica”. Recuerda aquella época como frenética: primero fue técnico comercial de SMC -multinacional japonesa de automatización neumática y eléctrica con sede en Vitoria- y luego ascendió a director técnico en la delegación central de la firma, de modo que se trasladó a Madrid. Regresó a Pamplona de la mano de Fluitecnik y, posteriormente, se encargó de poner en marcha la sede que esta empresa navarra había inaugurado en Logroño.

COMIENZOS EN CITI NAVARRA

En 2002 le ofrecieron un puesto de Dirección Comercial en esta pyme. Y aquella misma semana, además, le surgió la oportunidad de acceder a un puesto de adjunto a la Gerencia en el Colegio de Graduados e Ingenieros Técnicos Industriales de Navarra (CITI Navarra). Se decantó por esta segunda opción. Quizás nuestro entrevistado se acostumbró a dar explicaciones sobre aquel giro profesional, ya que nos las brinda sin que nos dé tiempo siquiera de preguntar. “¿Por qué cambié del sector comercial a algo que desconocía totalmente? Pues posiblemente porque estaba un poco harto de tanto viaje, de tanto coche. Quizá también porque tenía 32 años y necesitaba un cambio. Aunque había ido ganando en responsabilidad, llevaba mucho tiempo haciendo lo mismo”, expone.

Tal era su convencimiento que aceptó una rebaja en el sueldo que había percibido hasta entonces. “Al empezar en el Colegio, pensé: ‘Dios mío, ¿dónde me he metido?’. No solo no tenía nada que ver con lo que yo había hecho hasta el momento, sino que el Colegio de 2002 posiblemente no tiene nada que ver con el Colegio actual”, revela.

Dos años después de su llegada a CITI Navarra, Rodríguez asumió la gerencia del Colegio.

Pero pronto la situación dio un giro, la inquietud se transformó en pasión y se volcó con un proyecto que le entusiasma. Tanto es así que le bastaron dos ejercicios para ascender a gerente. Contaba 34 años y tenía el respaldo de la junta de gobierno de CITI Navarra. “Tuvieron la confianza absoluta en un proyecto que empezamos juntos. Hoy estoy orgulloso de lo que hemos conseguido. Cuando asumí la gerencia hicimos un plan estratégico muy, muy potente, que fue como una bola de cristal. Pensamos en todo lo que podía ocurrir”, detalla. Y vaya si ocurrió. En la actualidad, el Colegio cuenta con casi 2.400 ingenieros colegiados y una facturación de “más o menos 1.400.000 euros”.

“Somos de los pocos a nivel nacional que no han decrecido desde 2013, un año lamentable para el sector de la construcción. Hacemos cosas distintas. Hace unos días nos llamaron desde Valladolid porque querían estar con nosotros para ver qué proyectos tenemos. Tenemos un acuerdo de empleo con Aragón y este mes vamos a firmar un convenio con el Colegio de Las Palmas. Hoy somos un referente, aunque está mal que lo diga yo”, resalta.

El lector, que no ha escuchado los elogios a su equipo “totalmente autónomo y que funciona perfectamente”, podría ver en esta última frase algo de chulería. Todo lo contrario. En realidad, el gerente de CITI Navarra prefiere mantenerse siempre “en un segundo plano”. Esa pequeña confidencia nos extraña, ya que la manera tan natural en la que se desenvuelve nos hace pensar en él como alguien con don de gentes y de buen orador.

«Navarra tiene una ingeniería buenísima, pero el sector está superdifuminado y nos cuesta colaborar»

Su modestia, en todo caso, no le impide exponer los hitos que ha alcanzado la entidad. En las últimas dos décadas, CITI Navarra ha impulsado iniciativas como Ingenio, un portal de compras; una fundación que gestiona ofertas de trabajo, prácticas profesionales e intercambios con estudiantes procedentes de universidades en Estados Unidos; o un coworking en el que conviven una treintena de empresas. Pero, posiblemente, su apuesta más ambiciosa es la puesta en marcha de la Asociación Navarra de Empresas de Ingeniería y Servicios Tecnológicos (ANAIT).

“Siempre habíamos tratado de dar servicios a las empresas pequeñas, pero como colegio profesional no nos veían de esa manera. Lo intentamos durante varios años y resultó imposible, por lo que decidimos crear una asociación empresarial”, relata. Gracias a una visibilidad “totalmente distinta”, ANAIT despertó el interés de 160 empresas asociadas. Y, actualmente, gestiona proyectos de referencia como Red-Metal, junto a la Asociación de la Pequeña y Mediana Empresa del Metal de Navarra (APMEN), o Red-Agro, con la Unión de Agricultores y Ganaderos de Navarra (UAGN).

Esta estructura permite a Rodríguez potenciar una de sus obsesiones: la colaboración y las alianzas entre empresas. “Solemos decir que somos el pegamento de esas futuras colaboraciones y también los impulsores. Navarra tiene una ingeniería buenísima, pero el sector está superdifuminado y nos cuesta colaborar”, remarca.

Para ilustrar esta realidad, nos presenta un ejemplo: “Cuando la construcción de Baluarte salió a concurso público, se lo llevó una ingeniería de fuera. Se hicieron los proyectos en Bilbao, mientras que las direcciones de obra y las certificaciones se subcontrataron a empresas navarras. Lo que a nosotros nos gustaría es que, de cara a una futura iniciativa de este calado, sean las compañías de aquí las que, con su conocimiento, tengan la máxima responsabilidad desde el minuto uno. La única forma de competir en este sentido es a través de la unión”.

Rodríguez finalizó Ingeniería Técnica Industrial “con el segundo mejor expediente de la universidad”.

Se nos está acabando el tiempo de la entrevista y, con el riesgo de resultar cansinos, hacemos la pregunta del millón. ¿Cómo abordar la creciente demanda de ingenieros en el mercado laboral? “Además del componente salarial, actualmente se valora mucho la conciliación, la flexibilidad en los horarios. Dicho esto, estamos pasando por un momento muy complicado porque la realidad es que no hay mano de obra. ¡Es que las empresas están cogiendo a los estudiantes de Informática incluso antes de que acaben los estudios! Hasta se deja de cursar másteres porque ya todos están trabajando. Es un problema a nivel internacional. En Alabama (EE.UU), por ejemplo, un ingeniero informático gana 100.000 dólares al año de acabar la universidad. Un ingeniero eléctrico gana unos 60.000”.

Nuestro entrevistado hace de estos casos un alegato a favor de la formación. Él mismo se preocupó de actualizarse y, tras cursar un Máster de Dirección Financiera en el ESIC Business & Marketing School, adaptó sus estudios al Plan Bolonia y obtuvo el Grado en Ingeniería Eléctrica por la Universidad Alfonso X El Sabio. “Hace veinte años, si alguien no quería estudiar iba a la obra o a una fábrica, aprendía un oficio y se convertía en albañil. Con la industrialización y la robotización, esto ya no vale. Si no tienes ninguna titulación, no vas a trabajar en el sector”, sentencia.

Esa certeza, insiste, debe ir unida necesariamente al fomento de las vocaciones STEM. “En esto, parte de la culpa la tenemos en casa. Lo que estamos consiguiendo es que, al facilitarles todo al máximo a los chavales, estos vean las ingenierías como un reto enorme y se decanten por estudiar cualquier otra cosa”, opina.

En su análisis, hace especial hincapié en la incorporación de más perfiles femeninos al sector. “Nos fastidia muchísimo que todavía muy pocas mujeres estudien estas carreras, cuando tienen unas posibilidades increíbles. Es una línea en la que tenemos que trabajar: no sé cómo, pero tenemos que ser capaces de hacerlo”, reitera. El protagonista de esta historia cree que en este desafío juegan un papel “fundamental” los mentores y docentes que conviven cada día con jóvenes indecisos, que todavía no vislumbran un recorrido profesional claro. Sabemos que al decírnoslo piensa en aquel profesor de Virgen del Camino que le motivó a estudiar ingeniería.

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