domingo, 28 abril 2024

Blanca Azón ‘financia’ su vida con solidaridad

Creció entre montañas, en un pequeño pueblo de Huesca. Y desde su infancia tuvo claro que el servicio a los demás guiaría su camino. Desde hace tres décadas, vuelca sus esfuerzos en mejorar la vida de niños vulnerables en Centroamérica, de la mano de la Fundación Fabretto. Especializada en análisis de mercado, trabajó más de 25 años en BBVA hasta que, el pasado octubre, comenzó a dirigir la oficina de Banca March en Pamplona.


Pamplona - 23 febrero, 2024 - 10:31

Blanca Azón estudió Empresariales en la Universidad de Zaragoza y, más tarde, se especializó en análisis de mercado. (Fotos: Maite H. Mateo)

Entre montañas, en un pequeño municipio de Huesca, una niña con aspiraciones claras pasea alegre junto a su padre. Admira el paisaje que se abre frente a ella, como si la naturaleza fuese una señal evidente de la belleza que rebosa el planeta. Un mar de helechos sobrepasa su cabeza dos palmos. Asombrada, no tiene ninguna duda sobre el futuro que le espera: sabe que, de mayor, va a hacer todo lo posible por cambiar el mundo.

Así recuerda Blanca Azón su infancia, con la felicidad propia de quien ha vivido siempre en un entorno afable. Todavía, en su interior, sigue habitando aquella dulce niña de ideales ambiciosos: «Soy la mayor de tres hermanos. En la familia, siempre tuvimos espíritu de equipo y lo seguimos manteniendo. Mis padres nos enseñaron a ser serviciales y a pensar en lo que nos rodea y en los demás».

«La pobreza o la riqueza no se mide en dinero, se mide en valores»

Ya desde su juventud, la solidaridad fue su gran bandera. «Cuando se necesitaba gente para la cabalgata de los Reyes Magos, en Cáritas o en alguna residencia de ancianos, me ofrecía a ayudar», rememora. Su vocación como voluntaria se potenció aún más cuando decidió volcarse en un proyecto conmovedor, en el que lleva trabajando más de treinta años. Todo comenzó en Nicaragua, en la Fundación San Agustín, con la creación de tres comedores infantiles que llegaron a albergar a quinientos niños. Posteriormente, a esta iniciativa se unió la Fundación Fabretto. Nuestra invitada, durante sus vacaciones de verano, ayudaba a menores con pocas oportunidades que residían en áreas rurales del país. Todos los viajes que realizó le hicieron confirmar algo: «La pobreza o la riqueza no se mide en dinero, se mide en valores».

EL VOLUNTARIADO QUE CAMBIÓ SU VIDA

Su mirada se colma de tristeza cuando relata una de las muchas vivencias que cambiaron su vida. Una mañana de agosto, en un poblado nicaragüense absorbido por el paisaje tropical del lugar, el llanto de un niño nubló el entorno. Tenía solo tres años cuando sus padres lo abandonaron. «Se marcharon de viaje y se olvidaron de él. Nunca volvieron a buscarle», narra Blanca con el rostro pálido. «¿Cómo te llamas, cariño?», le preguntó. Él, entre lágrimas, dijo: «Pedrito Picado». Desde entonces, nuestra protagonista se convirtió en su nueva familia. 

Siempre insistió en que estudiar era algo fundamental. «Él me decía, ‘Blanquita, cómpreme zapatillas’. Y yo le respondía que primero debía enseñarme las notas de la escuela», ríe con ternura. Vecinos del pueblo se hicieron cargo de él cuando nuestra invitada tuvo que regresar a España. Hoy, Pedrito tiene 30 años, una buena formación y un trabajo estable. Todavía guarda el primer peluche que Blanca le regaló.

En uno de aquellos viajes a Nicaragua conoció al hombre que más tarde se convertiría en su marido, Francisco. «Él trabajaba en Nueva York y necesitaba cambiar de aires. Conocer a tu esposo en un ambiente así marca muchísimo los valores familiares. Compartir principios es lo que más une a las personas. A nuestros hijos, Jimena y Alonso, les enseñamos lo importante que es ayudar a la gente», remarca.

MÁS DE 25 AÑOS EN LA BANCA

A sus 52 años, sus vivencias como voluntaria permanecen, grabadas a fuego, en su corazón. «Tengo el servicio a los demás en el ADN», bromea para acto seguido mencionar que quizá por eso siempre le han llamado la atención profesiones como la enfermería o la enseñanza. Sin embargo, se decantó por estudiar la carrera de Empresariales en la Universidad de Zaragoza y, más tarde, se especializó en análisis de mercado.

Al finalizar su formación, se adentró en el ámbito de la banca. CaixaBank, Caja Postal, Argentaria… Esta última terminó integrándose en el grupo BBVA, donde nuestra protagonista ocupó el cargo de directora de Centro de Banca de Clientes en Calahorra. Aunque el carácter riojano la cautivó y lo echa de menos, admite que, cuando la entidad financiera le brindó la oportunidad de marcharse a Pamplona como directora del Centro de Banca de Clientes en la zona oeste, también se quedó asombrada por el entorno navarro: «Vayas donde vayas, aquí el verde siempre te acompaña. La zona de Urdax, Elizondo, el Señorío de Bertiz… Todo es espectacular». Sonreímos y le damos la razón. Para una amante de la naturaleza como ella, la Comunidad foral es «un verdadero paraíso».

Tras más de 25 años trabajando en BBVA, nuestra protagonista fichó el pasado octubre como directora de la oficina de Pamplona de Banca March.

Tras más de 25 años trabajando en BBVA, nuestra protagonista fichó el pasado octubre como directora de la oficina de Pamplona de Banca March.

Tras veinticinco años en la misma compañía, conoció Banca March. «Fue casi como un amor a primera vista. Sus valores me sedujeron tanto que di el salto y cambié de entidad. Quiero pasar la última parte de mi vida profesional aquí», incide. La firma desembarcó en la capital navarra el pasado octubre, y Blanca, con una sonrisa radiante en el rostro, se muestra orgullosa por ocupar desde entonces el puesto de directora de la oficina: «Compartir principios con tu lugar de trabajo es un privilegio. Abrir el centro y partir de cero es un reto muy ilusionante. Al final, es un proyecto al que ves prosperar desde sus orígenes».

De hecho, Banca March «es el único banco español de propiedad 100 % familiar especializado en banca privada», gestión patrimonial y asesoramiento a empresas. Su modelo, «basado en la prudencia y en las relaciones a largo plazo, hace que su esencia sea diferente». «Ponemos nuestra atención en la calidad, en cuidar al cliente y crecer con él. El foco se centra en las empresas familiares y las familias empresarias. Llevábamos tiempo queriendo instalarnos en Navarra, que es una comunidad con mucha compañía familiar», subraya.

LÍDERES EN SOLIDEZ Y SOLVENCIA

A nuestra invitada se le ilumina la mirada cuando comparte con nosotras los últimos hitos de la entidad. Según un estudio realizado el pasado enero por la consultoría Stiga CX sobre satisfacción de clientes entre los principales bancos españoles, Banca March ha obtenido la primera posición en solidez y solvencia, con una nota de 9,04 sobre 10. Además, presenta también la primera posición en confianza y personalización, con una puntuación de 8,62 y 8,04, respectivamente; y se mantiene a la cabeza en valoración de oficinas con 8,88 puntos, más de un punto superior a la media del sector en la Península, que es de 7,85. «No podemos estar más felices», apostilla Blanca, quien se declara amante de la montaña.

«Los valores de Banca March me sedujeron. Compartir principios con tu lugar de trabajo es un privilegio»

Con un volumen de negocio de 25.900 millones de euros y más de 1.800 empleados repartidos en un centenar de oficinas, la firma ha logrado la certificación Top Employer por sexto año consecutivo. También ha sido reconocida como la quinta mejor empresa para trabajar en España y como el único banco español entre los más destacados para trabajar en Europa, según el ranking Best Workplaces de la consultora independiente Great Place To Work. «Esto pone en evidencia que nos esforzamos en hacer nuestro trabajo bien y que nos dejamos el alma en ofrecer servicios de calidad. Banca March es una empresa maravillosa», resalta con alegría para poner en valor acto seguido cómo la entidad financiera, a través del fondo de inversión Mediterranean Fund, «destina un 10 % de la comisión de gestión del fondo a proyectos y preservación de recursos del mar».

Los datos compartidos por nuestra entrevistada bien merecen un brindis final con un café que, acompañado de unas pastas, nos ofrece antes de despedirnos. «¿Habéis desayunado?», nos pregunta. Sin dar un «sí» por respuesta, nos invita a probar bocado con la amabilidad de la voluntaria que lleva dentro.

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