Los domingos siempre fueron su día favorito de la semana. Equipado con sus botas, con una sonrisa de oreja a oreja y agarrado de la mano de su abuelo, acudía al campo y contemplaba ilusionado el horizonte, que se extendía infinito ante él. Desde niño, el vínculo que Mikel Alfonso sentía con la naturaleza era tan profundo, que pronto supo que se dedicaría a ella.
«Vengo de un mundo completamente distinto», reconoce para acto seguido recalcar que su familia se especializa en el sector de la automoción. A pesar de ello, siguió su vocación y estudió Biología en la Universidad de Navarra. Hoy, a sus 46 años, narra con entusiasmo cómo se «enamoró» de los invernaderos al marcharse de Erasmus a Dinamarca: «Junto a Holanda, es la cuna de ellos. Ahí empezó a sonar un runrún en mi cabeza, me llamaban mucho la atención». Sin embargo, durante su estancia allí, Volkswagen Navarra le ofreció un puesto en su Departamento de Medio Ambiente, y nuestro protagonista no dudó en dar el «sí» y regresar a Pamplona. Así, aparcó aquella idea de trabajar en el cultivo de vegetales y plantas, aunque no durante mucho tiempo.
Enseguida comprobó que aquel no era su lugar. Mikel anhelaba pisar a diario la tierra, estar rodeado de naturaleza y contemplar el horizonte, como hacía de niño. «Las oficinas no eran para mí, aquel no era mi sitio», sostiene con firmeza. Por eso, después de siete meses, decidió abandonar el sector automovilístico y complementar su formación con la carrera de Ingeniería Agrícola en la Universidad Pública de Navarra (UPNA), al tiempo que trabajaba como investigador en el laboratorio de Microbiología Molecular del mismo centro académico.
DE LAS FLORES A LA AGROALIMENTACIÓN
Entonces, Mikel tuvo la «gran suerte» de viajar a Estados Unidos para conocer de cerca a una multinacional que se encargaba de financiar los proyectos de la UPNA. Allí trató con el director general, quien inmediatamente «caló» a nuestro protagonista: «Me puso un mapa delante y me dijo ‘tenemos sucursales por todo el mundo, pero tú lo que tienes que hacer es montar tu propio negocio. Si trabajas en algo que te guste, dejará de ser un trabajo'». Aquella conversación fue el germen de la empresa que fundaría meses después.
Alquiló un terreno en Estella y comenzó a darle forma a sus sueños, que se materializaron en el cultivo de flores. Sin embargo, aquella iniciativa no logró despegar. «Producíamos más de lo que podíamos vender», lamenta. Pero, lejos de tirar la toalla, nuestro protagonista decidió «reinventarse» y aventurarse, en esta ocasión, con el sector de la agroalimentación.
«Poco a poco fui obteniendo resultados. Mi padre terminaba de trabajar y ponía rumbo a Estella para ayudarme, y mi madre se subía a un bus y venía a cortar lechuga conmigo», rememora con ternura. Pero aquella huerta de mil metros cuadrados pronto se le quedó pequeña, y tomó la decisión de trasladarse a otro lugar. En busca de un espacio donde continuar con su vocación empresarial, se topó con una parcela en Caparroso, y fue momento de crear su primer invernadero «en propiedad». Así nació La Huerta de Mangas Verdes.
MÁS DE DIEZ HECTÁREAS DE INVERNADEROS
Tomates, lechugas, acelgas, espárragos, escarola, pimientos, coliflor, pepinos, borraja… Con más de diez hectáreas de invernaderos y alrededor de cuarenta de tierra cultivable en superficie exterior, la firma se especializa en productos frescos de temporada que distribuye por lugares de toda España. Cantabria, País Vasco, La Rioja, Barcelona, Madrid, Valencia… Y, por supuesto, con un enorme protagonismo de la Comunidad foral. «Mi ilusión siempre fue dar de comer a mis amigos, a mi familia y a mis vecinos. Siento una satisfacción enorme al verles comer lo que yo mismo produzco», subraya sonriente.
Lo cierto es que el crecimiento se debe, en gran parte, al apoyo de BBVA. Mikel, agradecido, constata que la entidad bancaria ha financiado numerosas operaciones: «A la hora de elegir modelos financieros, decidimos apoyarnos en ellos. Gracias a BBVA tenemos líneas de financiación, y eso en toda empresa es completamente necesario».
Así, nuestro protagonista mantiene la mirada fija en «mejorar y avanzar», pues aspira a cultivar productos de una «calidad excelente», pero siempre con los «pies en la tierra» (nunca mejor dicho). «El trabajo del emprendedor ocupa las veinticuatro horas del día. Siempre hay que pensar en crecer. En mi caso, llevo las ideas de producción al campo, me gusta estar en el barro», apostilla tras mencionar que la compañía posee una plantilla de 35 profesionales «en producción» y su género se distribuye por el mercado local, así como por grandes firmas como Eroski o BM. «Ofrecemos verdura fresca, lista para la venta y el consumo. Nacimos con el objetivo de llevar los productos de la huerta navarra a tu mesa», concluye.