José Juste es el director técnico y de Operaciones de Bosch-Siemens en España y comparte la gerencia con las personas que se ocupan de las finanzas, por un lado, y de las ventas y el marketing, por otro. Por encima están sus respectivos jefes alemanes, con los que dice que es fácil entenderse a pesar de las diferencias culturales y de idiosincrasia: “Nos hemos ayudado mutuamente. Gracias a ellos somos más sistemáticos y nosotros les hemos hecho ver las cosas de una manera más flexible”.
Dentro de su departamento, es el responsable de las cinco fábricas que la compañía tiene en España, concretamente en Esquíroz, Zaragoza y Santander; del centro de servicios corporativos de IT, en Huarte; del centro de almacenaje en Estella; y de seis centros de desarrollo. Va y viene entre las diversas plantas y la sede central de Zaragoza. “Estoy más conectado con la sociedad, la economía y las instituciones navarras que con las de Aragón o Cantabria, que también. Pero aquí he vivido de forma intensa catorce años”. Los ocho que dirigió la fábrica de Estella, a los que hay que sumar los seis que estuvo al frente de la de Esquíroz, hasta 2014.
Cuando nos interesamos por los primeros pasos de su carrera profesional, se remonta más atrás para recordar que nació en Zaragoza en 1962 en el seno de “una familia normal, humilde”. “Mi padre era relojero y mi madre se ocupaba de la casa, no podían darnos mucho dinerillo. Así que en septiembre, cuando empezaba la temporada de la fruta, los amigos íbamos los lunes por la mañana en tren a la zona de Épila, buscábamos patrón y a recoger manzanas o peras, descargar camiones o lo que tocara durante toda la semana. Nos dejaban dormir en gimnasios o casas medio derruidas en las que hoy me daría miedo meterme, y el viernes volvíamos a casa reventados”. Lo dice con una sonrisa que se torna un tanto melancólica. “Yo era un estudiante, un chavalillo que iba a conseguir un dinero que no necesitaba para vivir. Pero estaba con gente para la que era su trabajo y que iba a seguir haciendo eso toda su vida. Eso me ayudó a darme cuenta del valor de la formación”.
“Gracias a los alemanes somos más sistemáticos, y nosotros les hemos hecho ver las cosas de una manera más flexible”.
Estudió Ingeniería Industrial. “Me gustaba la eléctrónica, cuando hacía bachiller me metí en un taller donde reparaban aparatos y algunas instalaciones. Cuando llegó el momento, de una forma natural, elegí la ingeniería electrónica. Igual lo llevo un poco en la sangre porque mi hermano es inventor. ¡Se pasa el día haciendo cosas… maravillosas!”.
Como realizó las milicias se incorporó al 5º curso de Ingeniería en enero de 1985. Durante el primer trimestre solo hizo los exámenes. “Fui muy atrevido porque General Motors convocó unas plazas de prácticas en Figueruelas. Dije ‘buah, yo me meto aquí’. No me gusta perder oportunidades, me tiro de cabeza cuando veo alguna y esta me pareció que lo era. Pensé que igual no acababa la carrera a su tiempo, y también que ingenieros va a haber muchos pero que hayan tenido una buena experiencia en una empresa como Opel no tantos. ¿Os suena López de Arriortúa? Fue quien me hizo la entrevista para entrar”.
José Juste se pegaba un madrugón cada día para subirse al autobús que, a las 7:30, lo dejaba en Figueruelas. A las 15:00 horas volvía a Zaragoza para ir a la universidad. “Pero apenas me quedaba tiempo para estudiar. Me quedaron dos asignaturas de 5º para septiembre, las aprobé y ya está”. Su primer trabajo formal le llevó a Barcelona, a una empresa de informática. “Yo era el técnico y mis compañeros, comerciales. Vendían todo lo que se les ocurría y luego me decían ‘ahora te toca conectar cosas’”. Un año después, en 1988 llegó como jefe de planificación a la planta que Balay tiene cerca de Zaragoza, en Montañana, y que un año después fue adquirida por el grupo Bosch-Siemens junto a los restos del otrora poderoso sector del electrodoméstico navarro, agrupado en Safel. Desde entonces, ha trabajado ininterrumpidamente para la compañía.
JEFE CON 29 AÑOS
Paralelamente, dos compañeros, y amigos, habían montado una oficina técnica al acabar la carrera, eran ingenieros mecánicos y les llegaban proyectos de electrónica, por lo que le propusieron unirse. “Resultó estresante porque teníamos nuestros trabajos y nos dedicábamos a la oficina a partir de las seis de la tarde, las noches, los fines de semana… Nació mi hijo en 1991 y me perdí bastante de todo aquello. Llegó un momento en el que una de dos: o dejábamos nuestros trabajos y seguíamos juntos o cerrábamos, que es lo que hicimos. Pero fue una experiencia satisfactoria e hice proyectos muy interesantes”. Además, y durante diez años, fue profesor de la Escuela Europea de Negocios de Zaragoza.
En enero de 1992, con 29 años, fue nombrado jefe de la fábrica, que tenía una plantilla de 600 personas, reconociendo así sus méritos junto a los del director de Logística, que también fue promocionado. Una década más tarde, el director general le propuso ir a Estella. “Lo dudé porque seguía viendo muchas posibilidades de mejora en Montañana. Pero lo hablé con mi mujer y acepté”. Era la antigua Agni, que producía estufas y, tras comprarla BSH, pasó a fabricar lavavajillas compactos y aparatos portátiles de aire acondicionado mediante una joint venture con la americana Feders. Los ocho años que pasó en Estella fueron “complicados”. “El reto era mantener la fábrica a flote”. Tuvo que tomar decisiones dolorosas, criticadas por la plantilla. “Me han llamado reestructurador y no lo soy. Es como si a un médico le dijeras que es un cortapiernas por cortar la pierna gangrenada, cuando es para que el paciente sobreviva. Eso me tocó hacer en Estella”.
“Estoy donde estoy y nunca hubiera pensado que llegaría a este puesto. Tampoco lo ambicionaba especialmente, pero lo disfruto”.
Buscó todas las producciones imaginables para sustituir a las anticuadas estufas. Por eso, cuando desde Berlín buscaron plantas para desarrollar un proyecto de planchador de camisas en Estella, dijeron “¡a por él!”. “No se puede perder ni una oportunidad. Lo fabricamos dos o tres años, pero el mercado no acabó de entenderlo”. En septiembre de 2008, cuando ya había sido nombrado responsable global del grupo en materia de tratamiento de aire y health care, le pidieron que se hiciera cargo de la fábrica de Esquíroz, que también estaba en una situación delicada. De nuevo, tuvo que hacer ajustes difíciles. Pero defiende que dieron resultados positivos, aunque se vieron ensombrecidos por altibajos como los derivados de la crisis financiera de la pasada década, que redujo la producción a la mitad por la caída de la demanda.
Ya ha dejado claro que aprovecha las oportunidades que se le presentan, y a lo largo de la conversación intercala reflexiones que nos ayudan a hacernos una idea de cómo es José Juste. Por ejemplo: “Estoy donde estoy y nunca hubiera pensado que llegaría a este puesto. Tampoco lo ambicionaba especialmente, pero lo disfruto. Yo mentorizo a chicos de la UPNA y les digo que disfruten con lo que hacen donde estén, porque eso se nota y hace que se fijen en ti y te ofrezcan oportunidades. Pero si alguien está a disgusto no resulta atractivo, se va encerrando en sí mismo porque ve que no progresa”. O bien “me sale natural ser curioso” y “soy perfeccionista, de modo que cuando tengo que hacer algo me documento mucho”.
Volvemos a la fábrica de Esquíroz, que en enero de 2015 asumió la actividad que aún se mantenía en Estella, la producción de lavavajillas y el centro de desarrollo de termodinámica, además de toda la plantilla. También hace frigoríficos y acoge el centro de desarrollo de bombas de calor, que da servicio a las plantas del grupo en todo el mundo.
“Marcha bien, pero nuestra situación es compleja en el sentido de que pertenecemos a una multinacional y las decisiones no se toman en España. ¿Cuánto va a seguir funcionando? Pues dependerá de nuestra capacidad de competir y de ser habilidosos. Es verdad que, en un grupo como este, una fábrica o un área comercial no se sustentan por sí solos, sino por compartir una serie de factores que nos hacen ser más fuertes como colectivo”.
No oculta que la situación no es la misma que cuando llegó a BSH, ya que entonces las fábricas españolas se beneficiaron del impulso de un plan de desarrollo. “Pero han seguido entrando otras en el grupo que hacen perder cierta relevancia a las anteriores. Ahora el foco está en Polonia o Turquía con fábricas que están creciendo mucho más que nosotros. Es todo un reto seguir produciendo electrodomésticos en España cuando ya solo queda Teka, que hace hornos”. Pero tranquiliza saber que “la confianza de nuestros jefes alemanes con quienes estamos aquí ha sido siempre muy alta y la gerencia de las fábricas ha sido siempre española, cosa que no ocurre en otros países”.
“Una empresa necesita apóstoles que empiecen a tirar de otros fieles que, después, sean capaces de arrastrar a más personas”.
BSH Esquíroz se ha visto afectada, como otras muchas empresas de distintos sectores, por los problemas de suministro de materias primas y la carestía de la energía. “Sin llegar a parar, hemos tenido que acompasar ritmos”.
“¡A QUE NO HAY…!”
BSH da empleo a 4.400 personas en España, de las que cerca de 1.000 trabajan en Esquíroz; unas 140 en IT, en Huarte; y una quincena en el centro de almacenaje de Estella. En algunos aspectos tecnológicos, las fábricas están más avanzadas incluso que las alemanas, asegura con cierto orgullo. “Nos hemos sabido mover. A veces me llaman para que diga qué hacemos en materia 4.0. Yo explico que, cuando tienes que resolver algo, buscas cómo hacerlo, y muchas veces la solución pasa por las nuevas tecnologías. Pero para implantarlas, necesitas tener una mente abierta, ganas de ir progresando y gente interesada en moverse. Una empresa necesita apóstoles, alguien que crea en algo y empiece a tirar de otros fieles que luego sean capaces de arrastrar a más personas”. Añade que las soluciones que dan resultados se comparten con el resto del grupo, contribuyendo al beneficio de todos. “Eso lo practicamos bastante bien”.
Amplía el concepto de apóstoles al conjunto de grandes empresas. “Tenemos que ser tractoras, no vale con cumplir la parte que nos toca de los objetivos de la compañía porque tenemos la responsabilidad de que la economía se mueva y avance. Por eso, cuando me piden hacer algo no puedo callarme si veo que las cosas se pueden hacer mejor, aunque me complique la vida”.
Él no saber decir que no, vaya. “No, no es eso, digo no las veces que haga falta. Es lo que decía antes, no tener que lamentarme por haber dejado pasar una oportunidad, en este caso la de poder ayudar a alguien y no haberlo hecho”. Esa es la razón, asegura, por la que aceptó la presidencia de la Asociación de la Industria Navarra, a la que llegó en junio de 2019 tras ser vocal de su consejo en representación de BSH y vicepresidente. Y por parecidos argumentos está en la Fundación Empresa-Universidad de Navarra, en ADItech (coordinador del Sistema Navarro de I+D+i -SINAI-), en el Comité de Dirección de la Estrategia de Especialización Inteligente de Navarra (S4) o en la Comisión de Calidad de la Escuela Universitaria de Ingenieros, demostrando la vinculación con esta tierra de la que hablaba antes.
Como no es futbolero no tiene que elegir entre el Zaragoza y Osasuna. Su ocio no es pasivo, no ve apenas la televisión, solo “alguna serie de vez en cuando”. Prefiere dedicar su tiempo libre a las manualidades. “Mi hijo vive en Madrid y tenía que montar la cocina. Me dijo ‘¡a que no hay!’. ¡Pues venga! Quedó perfecta, todo ajustado… Y mis amigos me traen aparatos que se les han estropeado o, antes, juguetes de sus hijos. Me tenían por una especie de genio”.
Terminamos con otro ejemplo también definitorio de su personalidad. En 2014 recibió un Premio Aster a la trayectoria profesional cuando tenía 52 años. “Me sorprendió porque, al ser a una trayectoria, pensaba que en todo caso me tocaría más adelante. Pero creo que está bien que se hagan esos reconocimientos antes de que te retires porque supone un acicate, casi una exigencia. Así tienes que mantenerte a ese nivel o superarlo durante el tiempo que dure tu carrera”. Y en eso está José Juste.