Cuando tenía 27 años, la zaragozana Pilar Germán decidió emprender un nuevo camino de la mano de Dios. Primero entró como monja de clausura en el monasterio de Tulebras y, después, pasó a establecerse en el de Alloz, donde vive ahora y ejerce como madre superiora desde 2014. «La vida monástica es una aventura. Sentí que era una forma en la que realmente podía ayudar a los demás», confiesa a Navarra Capital.
Las hermanas de clausura que residen en la localidad de Tierra Estella pertenecen a la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia. Y uno de los valores en los que se basa su vida es el trabajo. «San Pablo decía ‘no serán verdaderos monjes si no comen y no viven del trabajo de sus manos'», cita la madre Pilar.
En la comunidad consideran fundamental contar con sus propios recursos para poder vivir de forma autónoma y con una mayor libertad. «Si dependes de que un donante te dé el dinero, puede suceder que te haga someterte a sus gustos. Así era en el siglo XII, por eso se intentó cambiar el patrón», valora mientras contempla a través de la ventana los jardines que separan el obrador del resto del recinto.
«Si dependes de que un donante te dé el dinero, puede suceder que te haga someterte a sus gustos. Así era en el siglo XII, por eso se intentó cambiar el patrón»
Por eso, con el fin de seguir siendo autosuficientes han diseñado un plan de negocio para comercializar sus propias mermeladas, que ha supuesto la compra de maquinaria y la obtención de los permisos correspondientes. «Una de las últimas películas que vi antes de venir a Navarra fue ‘Como agua para chocolate’. La protagonista transmitía el estado de ánimo con el que elaboraba sus platos a los comensales. Cuando comían algo que había cocinado alegre, se ponían contentos. Por el contrario, si había hecho triste la receta, lloraban». Con esta metáfora, la madre superiora ilustra cómo ella y sus compañeras pretenden que cada tarro de mermelada contenga toda su fe y algunos pedacitos de sus oraciones.
No es el único emprendimiento que se ha gestado en el monasterio de Alloz. Desde que se fundó en 1913, se han desarrollado múltiples actividades. «Hubo una fábrica de cartonajes y también llegaron a elaborarse bolsas de comida para gatos. Quizás fueron las primeras bolsas de este tipo que existieron. La fábrica estaba en un pabellón dentro del propio convento. El trabajo se realizaba en cadena y por turnos, incluso el sonido de unos altavoces les marcaba los horarios», rememora.
«Aquí hubo una fábrica de cartonajes y llegaron a elaborarse bolsas de comida para gatos. Quizás fueron las primeras bolsas de este tipo que existieron».
También contaban con una vaquería y una granja de cerdos. «Trabajaban muchísimo el campo. Las hermanas más mayores rememoran cómo sacaban brillo a las herramientas después del trabajo. Por aquel entonces eran muchas monjas y había mucha mano de obra joven». Con el paso de los años fueron cambiando los trabajos del campo por otros más artesanales. Así que comenzaron a elaborar pacharán, mermeladas o pastas artesanales.
Hoy en día solo viven quince hermanas en el monasterio, pero conservan ese gen emprendedor de quienes las precedieron. «Para una comunidad monástica, no tener un trabajo es algo muy duro. En él, encontramos dos beneficios principalmente: uno económico, ya que nos permite ser independientes, y otro inmaterial, porque esa labor es un hilo de vida para nosotras».
Tras un proceso interno de reflexión, concluyeron que la elaboración de mermeladas se adecuaba a las circunstancias actuales del convento. «La comunidad es muy mayor, con una media de edad de ochenta años. Así que vamos a empezar por una pequeña producción», adelanta la madre Pilar. En ese camino conocieron a Silvia Ros, voluntaria de la Orden de Malta en Navarra. Gracias a su ayuda, las hermanas han adecuado las instalaciones para iniciar la fabricación.
«En la orden detectamos que existen numerosas necesidades en los monasterios, desde superar barreras técnicas hasta el transporte para ir al médico. A través de nuestro proyecto ‘Cuidar a quienes nos cuidan rezando’ llegamos a este convento. Después de conocer la trayectoria y los recursos con los que contaban, estudiamos las posibilidades y nos quedamos con las mermeladas», indica la voluntaria, que alberga una experiencia de más de veinte años dentro de la industria agroalimentaria, y ahora cuenta con su propia consultoría. Así, poco a poco, fueron desarrollando el plan de negocio.
UNA RECETA CENTENARIA
De momento, serán dos las hermanas que elaborarán mermeladas con fruta comprada en Navarra. Y lo harán en cuatro sabores: naranja amarga, albaricoque, ciruela y membrillo. Ambas conocen muy bien la receta que utilizaban tus antecesoras para autoconsumo. De hecho, data de más de cien años.
«Ya tenemos todo a punto. Hace pocos días vinieron de Inspección y todo fue favorable, así que estamos muy contentas»
Después de tramitar el debido registro y presentar la memoria técnica y el sistema de autocontrol, entre otros trámites, ya cuentan con los permisos correspondientes para comercializarlas. «Ya tenemos todo a punto. Hace pocos días vinieron de Inspección y todo fue favorable, así que estamos muy contentas», señala ilusionada la madre Pilar.
«Muchas veces el diseño del producto es una de las cosas más complicadas, pero ellas ya contaban con la receta. Así que resultó más sencillo. Las adecuaciones del obrador han consistido en la adquisición de un par de máquinas para el proceso, lavamanos automáticos y un dispensador de papel. También se ha rediseñado el flujo de producción. Trabajar con ellas ha sido maravilloso», apostilla Ros.
El objetivo es elaborar un producto de gran calidad, que llevará el nombre del propio monasterio. Y, de momento, la distribución va a ser principalmente local, en mercados artesanales y tiendas, Pero también venderán vía internet, a través de varias plataformas de productos monásticos. «Funcionan muy bien y mueven a mucha gente», remata la madre superiora.
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