A sus 55 años el físico no le delata, quizás esas canas… diríamos que está en forma. Pero el calendario es inexorable: “Hoy hace 25 años del récord de la hora”, nos recuerda. Claro, la entrevista tiene lugar el 2 de septiembre en las instalaciones de Lurauto, el concesionario de BMW, del que Induráin es embajador, y ese mismo día de 1994, montado sobre la fabulosa Espada, fabricada por Pinarello, recorrió 53,040 kilómetros en el velódromo de Burdeos. “Me dedicaba sobre todo a las grandes vueltas y era algo diferente. Una hora a tope, casi una contrarreloj… Fue duro, pero estuvo muy bien por el ambiente, la novedad…”. En enero de 1997, anunció su retirada, se iba con un palmarés irrepetible y la admiración mundial por sus hazañas deportivas, y también por no haberse dejado envanecer por la fama y los halagos. Por su calidad humana, vamos.
De hecho, hablando con él no tenemos la sensación de que estamos hablando con uno de los mejores ciclistas de la historia, si no el mejor. Aparenta no dar gran importancia a sus logros, dando otra muestra de una forma de ser que le ayudó a no tener mayores problemas cuando acabó su carrera ciclista: “No me costó mucho adaptarme a mi nueva situación porque procuré no mezclar vida privada y trabajo. Y cuando dejé el ciclismo, mi vida normal la llevaba más o menos ordenada”.
Dice que recibió muchas ofertas para colaborar “en cosas que te parecen interesantes, pero cuando entras igual no te gustan tanto. Estuve en la Federación y comenté carreras, aunque lo fui dejando porque te obligaba a viajar y había cosas que me disgustaron”.
«Los viajes son el mayor impedimento que tengo para estar relacionado con el mundo del ciclismo».
De sus palabras podría deducirse que tal vez acabó decepcionado del ciclismo, pero la contundencia no es propia de Miguel: “No… Lo que pasa es que en el deporte estás dentro o fuera, no vale estar a medias. Y el ciclismo actual se ha hecho tan internacional que hay que viajar mucho, a Australia, a Sudamérica… Yo empecé muy joven a viajar y ahora me cuesta cada vez más. Es el mayor impedimento que tengo para estar relacionado con el mundo del ciclismo. Me he distanciado”, admite, aunque eso no impide que le sigan requiriendo para dar realce a los más diversos eventos con su presencia: “Mañana voy a ver la Vuelta a España a Pau, pero estoy más en las pruebas populares. Es lo que más me gusta y en lo que más me he centrado últimamente”.
AGUANTAR LA FAMA
Asegura que llevó bien una fama de cuya magnitud da una idea el hecho de que, una vez, coincidió en el mismo hotel con el actor Daniel Day Lewis: «Me quedé sentado en el ‘hall’, admirándole a distancia». Para Induráin, “era un jaleo, muchas entrevistas… Y cuando salías del ámbito ciclista, la gente te seguía parando. Aunque al final te adaptas”. Aún le piden fotografiarse a su lado, “ya sabes, ahora con esos móviles… Antes te pedían autógrafos, gorras, de todo. Pero voy mucho más tranquilo, de vez en cuando una foto, te graban, bueno, intentas agradar”.
Quedan también para el recuerdo sus duelos –triunfales- subiendo las rampas de Hautacam, La Plagne o el Mortirolo con Claudio Chiapucci, Gianni Bugno, Tony Romminger o Pavel Tonkov. ¿Mantiene alguna relación, se ve con ellos? “Tengo relación, pero con ocasión de eventos deportivos, alguna entrega de premios, la presentación del Tour o la Vuelta… Cada uno vivimos en un sitio: Bugno, en Milán, trabaja de piloto de helicóptero; Chiapucci hace muchos eventos, coincido algo más; Romminger está en Suiza, también lo veo en eventos. Pasa igual con ellos que con los que eran mis compañeros, que aunque vivan en Pamplona, cada uno tiene su trabajo, sus cosas. Los vas viendo de vez en cuando”.
“En el ciclismo, aunque corras junto a muchos te relacionas con los de tu generación, dos años mayor, dos años más joven… A los demás los saludas, pero no llegas a tener tanto trato”, añade.
«El ciclismo es un deporte de riesgo, tanto en carrera como cuando entrenas. Lo asumes y tienes percances».
De ahí pasamos a recordar a compañeros de profesión (Fabio Casartelli, Marco Pantani, Chava Jiménez…), que por distintas razones fallecieron: unos compitiendo, otros por las secuelas de la competición… Y escribieron la página más amarga del ciclismo. “Sí, y el año pasado falleció Dominique Arnaud… Es la vida, en el ciclismo pasa de todo, como en una familia”. Circunstancias trágicas, pero de nuevo lo relativiza: “Es un deporte de riesgo, tanto en carrera como cuando entrenas. Lo asumes y tienes percances” que, en su caso, fueron leves. “Alguna caída, rotura de muñeca, de clavícula. Tuve suerte”.
CICLISMO, DE AYER A HOY
A estas alturas de la charla vamos recordando a los periodistas deportivos, que recuerdan con desánimo las entrevistas con Miguel Induráin porque les resultaba casi imposible arrancarle un titular llamativo. Nosotros vamos a intentarlo preguntándole si ha evolucionado mucho el ciclismo desde que se retiró. No hemos terminado de desarrollar toda la cuestión y nos interrumpe con un escéptico “bueno… tampoco es para tanto”. No nos rendimos, argumentamos las ayudas tecnológicas, la preparación científica, la dietética avanzada, pero nada: “Hombre, han mejorado las estructuras. Pero, aunque más preparados, siguen llevando coches, autobuses y camiones, como entonces. Las bicis han cambiado algo, la forma de correr igual es algo más explosiva… No, no ha cambiado tanto”. Insiste en que la disputa de pruebas en lugares como China o Arabia Saudí es la mayor novedad “de un deporte muy cerrado”.
Último cartucho. ¿Luego las nuevas bicis no suponen una mejora apreciable a la hora de correr? “Han puesto la electrónica y tal, pero el resto…”. Hay que seguir dándole a los pedales, apuntamos como posible final de su frase, y sonriente repite: “Sí, hay que dar a los pedales”. De acuerdo, pasemos a otro tema.
Miguel sigue disfrutando de la bici. «Cuando empecé de chaval era mi afición, después mi profesión y ahora me gusta y sigo andando”. Participa en eventos populares como ‘La Induráin’ “para promocionar el deporte y animar a la gente a practicarlo”. Además, presta su nombre a la fundación pública que fomenta el deporte de alto rendimiento mediante la concesión de becas.
Preserva su vida privada, de la que sabemos que está casado con Marisa López de Goicoechea y que el matrimonio tiene tres hijos: Miguel, quien empezó una carrera ciclista que cambió por los estudios de Administración y Dirección de Empresas. “Lo de competir no llegó a gustarle. Ahora vive en Palma de Mallorca y trabaja en un negocio relacionado con la bici”. El mediano, Jon, estudia lo mismo que su hermano y lo compagina con trabajos esporádicos y con la práctica del balonmano. Y Ana, que también juega al balonmano. Ahora les dedica el tiempo que no pudo dispensarles en su día. ¿Sacrificó mucho por el ciclismo? Dice que los grandes momentos que le ha proporcionado compensan el sacrificio de los interminables entrenamientos, durísimas competiciones y agotadores viajes y compromisos: “Convertí mi afición en mi profesión. Fue muy bonito, pero no lo echo de menos”. Sigue las competiciones, por ejemplo la Vuelta, “como un aficionado cualquiera, no tengo preferencias por uno u otro”. Miguel Induráin, ni más ni menos.
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