Roselyne Chane aprendió español de chiripa. Estaba a punto de entrar al bachillerato y era la única de su promoción que deseaba optar por la rama de Letras en lugar de Ciencias. Los profesores de aquel colegio situado en la isla de la Reunión le advirtieron de que, como resultaba imposible habilitar asignaturas dirigidas a una sola alumna, su elección vendría acompañada de algunas concesiones. Si deseaba continuar ese camino debía renunciar al mandarín y al inglés, los dos idiomas que llevaba estudiando durante casi una década. En cambio, tendría que escoger entre el castellano o el alemán.
La idea parecía un tanto descabellada, pero una prima la convenció de seguir sus pasos. “Ella se había ido a pasar un verano en Barcelona y me dijo: ‘Roselyne, véndeles a tus padres la idea de que tienes que irte a España en vacaciones para poder cursar Letras. Se te hará fácil’”, relata. El caso es que, con 17 años, la protagonista de esta historia aterrizó en la capital catalana, se instaló en una habitación de La Rambla y aprendió la lengua de Cervantes de la mejor manera posible: yéndose de copas. “La verdad es que me fue muy bien -rememora- porque obtuve el nivel necesario para estudiar los últimos dos años. Mi amor por el español comenzó así”.
Chane, que ya había realizado intercambios escolares en Australia y Estados Unidos, no tardó mucho tiempo en volver a abandonar el nido familiar. La condición para hacerlo estaba clara: debía estudiar una carrera universitaria que no se ofertara en la isla. Por eso se apuntó a una doble licenciatura en Derecho y Traducción e Interpretación en París. Tampoco eso fue suficiente. En este segundo grado tenía la opción de especializarse en inglés o en castellano y, “como tenía la duda”, eligió cursar ambas ramas. Ya en este punto damos por sentado que estamos ante quien fue una estudiante muy aplicada. ¿No es así? “Sí, pero no puedo decir que fuese un esfuerzo. Me gustaba. Y cuando te gusta…”, resume tranquila. Con ese mismo espíritu, cursó un Master in Business Administration (MBA) expedido conjuntamente por la ISC Paris Business School y la Beijing Business School (Pekín, China).
Hacemos un parón en la entrevista porque nuestra cabeza tarda en procesar que Chane habla perfectamente inglés, español, francés… “Y también catalán -añade con timidez-. Bueno, y chino, aunque muy mal. Soy la única de mi familia que no lo domina completamente”. Ese bagaje cultural le sería después de gran ayuda durante su trayectoria profesional. “Regresé a España en una época en la que se valoraba muchísimo que supieras idiomas. Ahora es algo que se da más por sentado”, asiente.
Entre 2002 y 2005, Chane asumió la dirección de la filial de Symphonat -grupo francés dedicado a la fabricación y venta de complementos alimenticios y nutricionales- en España. Y después, tras una breve etapa como manager de Ventas en Alcan, se convirtió en la directora de Ventas y Marketing de Promens Packaging. En esta empresa de envases y sistemas de envasado permaneció casi un lustro, hasta que decidió dar un cambio radical a su vida. “Tras muchos años de viajes y reuniones, me quemé. En ese momento tenía un interés especial en la alimentación saludable, porque llevaba años comiendo muy mal en el trabajo, y decidí montar una empresa de snacks”, confiesa.
Junto a un socio –“y muy buen amigo”-, fundó Snack Saludable. La startup -que posteriormente se vendió a una empresa- consiguió exportar sus productos a una decena de países y obtuvo cuatro premios internacionales. Después de esa primera aventura emprendedora se encargó de implantar la filial de LA Fuel -firma de chicles funcionales- en Barcelona y fundó una consultora de innovación alimentaria y foodtech.
SU LLEGADA A NAVARRA
En 2017 fichó por el Grupo Apex como directora corporativa de Innovación y Nuevos Mercados. A partir de entonces comenzó a dividir su tiempo entre Sitges -donde residen su marido; su hijo, de casi 18 años; y su hija, de 14- y Navarra. Casi cuatro años más tarde, Santiago Sala, CEO de la compañía, le propuso incorporarse a Sanygran. Para entonces, Apex ya era el accionista principal de esta pequeña firma con sede en Tudela.
“En un momento, Santi me comentó ‘Roselyne, tú que estás todo el día hablando de innovación, mirando tendencias y dando la lata cada dos por tres con el tema del plant-based, ¿no te gustaría liderar este proyecto?’”, rememora. Chane todavía recrea aquella escena en la que, por primera vez, probó las creaciones culinarias que salían de la planta de Sanygran. “En ese momento pensé: ‘No vamos bien, algo tendremos que hacer’. Cuando comes una cosa de esas veganas que no está condimentada… ¡Es que es como comer pienso!”, admite entre risas.
Al llegar a la empresa también apostó por ampliar el target de mercado, abrazando de esta forma a los consumidores que no quieren renunciar al chuletón del fin de semana pero sí disminuir su consumo de carne diario. “Durante muchos años -argumenta-, Sanygran vivió de una fórmula de extrusión en seco para gente vegana y se centraba en el canal de dietética. Teníamos que ampliar tanto productos como canal de venta porque eran muy limitados: veganos hay muy pocos. Si fabricas solo para ellos, tu impacto será nulo o mínimo. Y esto lo digo con respeto a los veganos, que nos han dado de comer durante muchos años”.
“Si fabricas solo para veganos, tu impacto será nulo o mínimo. Y esto lo digo con respeto porque nos han dado de comer durante muchos años”
Para lograrlo tenía que hacer frente a la dependencia externa de materia prima que sufrían. “Cuando vimos que se estaba complicando bastante el tema del suministro, nos pusimos a analizar. ¿De dónde viene la proteína vegetal? De la soja, que no se planta bien en España, y del guisante. Entonces hablamos con el Grupo AN”, detalla. Así fue como la cooperativa agroalimentaria instaló una planta para extraer la proteína de esta legumbre, que Sanygran comercializa en exclusiva. “Las empresas que tienen sentido son las que aportan tanto al tejido industrial como al social. Esto nos hace sentir bien: cuando vendo, ayudo también a que agricultores navarros tengan una salida para sus cultivos. Es muy satisfactorio y, en mi caso, forma parte del llamado salario emocional”, plantea.
La otra pata de su estrategia fue condimentar los elaborados vegetales, aplicar nuevas tecnologías punteras que permitiesen ampliar la gama de productos y conseguir alimentos más saludables. “Las primeras tecnologías implantadas en este sector requerían utilizar grasas hidrogenadas en el proceso de fabricación. Por eso, era habitual ver en la prensa que, aunque el ‘plant-based’ tenía imagen de sano, en realidad no lo era tanto”, lamenta. Con ese estigma a sus espaldas, Sanygran se empeñó en desarrollar una nueva generación de productos ‘limpios’.
Por eso, en los últimos dos ejercicios la empresa ha implantado la tecnología Veggian -desarrollada por Ctic Cita– y la tecnología de extrusión con alta humedad. “Esta última nos permite tener un producto muy limpio. Podemos hacer un bocado de ‘no pollo’, por ejemplo, únicamente con soja y agua. Y luego mejorar un poco la jugosidad y el sabor añadiéndole un 1,5 % de aceite de oliva extra virgen. No hace falta nada más para texturizar”, incide.
Toda esa apuesta hizo a la empresa tudelana merecedora del Premio Alimenta Navarra 2022 en Innovación, un galardón impulsado por Navarra Capital y NAGRIFOOD. Tras invertir 4 millones de euros en los dos últimos años, la llegada del Family Office Ponso al capital -que pasa a ostentar el 20 % del accionariado- permitirá a la firma hacer lo propio con otros 3 millones más y ayudará a Sanygran a triplicar su capacidad industrial. Se trata de un hito clave para la compañía, que en 2022 comenzó su proceso de internacionalización. En la actualidad, Sanygran exporta sus productos en el canal B2B a cuatro países europeos. “Además, estamos abriendo proyectos en el continente americano y un poquito en Oriente Medio”, avanza.
“Estamos abriendo proyectos en el continente americano y un poquito en Oriente Medio”
Todavía le queda una batalla por librar: la de acercar la industria plant-based al consumidor medio. “Hace un tiempo hice un estudio para comparar el precio de estos alimentos en España y en Países Bajos. En el segundo país, con un sueldo medio considerablemente más alto, estos alimentos son más baratos. Una lata de atún vegano costaba aquí seis euros y pico, mientras que allí tienes dos por cinco”. Todo ello le sirvió para desmontar algunas ideas preconcebidas sobre el tema. “Cuando comparamos el ratio de consumo en ciertos países, siempre se argumenta que ellos son más avanzados. No, no es así, lo que pasa es que allí no es un lujo, mientras que aquí sigue siéndolo. Por eso estamos tratando de subir en la cadena de valor para poder desarrollar productos saludables, sabrosos, sostenibles… y asequibles, claro. Acercar todo esto al público general pasa por que el precio baje”.
Tanto hablar de países hace que nuestra mente vuelva a aquella isla tropical, situada al este de Madagascar, donde nació Chane. ¿Echa de menos su tierra? “A ver, echo de menos a mis familiares. Aunque mis raíces estén allí, tu hogar está donde esté tu familia, y con mis hijos me siento más de aquí. Mientras venga mi madre a visitarnos cada año y me prepare mis dos platos favoritos, me conformo”, razona.
Con una treintena de empleados, Sanygran cuenta en su plantilla con trabajadores procedentes de Rumanía, Polonia, Italia, Marruecos, Venezuela y Argentina. Entre el trajín semanal entre Tudela y Sitges, en todo caso, Chane espera encontrar un hueco para volver al lugar donde creció. De hecho, el año que viene confía en visitar Reunión para celebrar las bodas de oro de sus padres.