«No es fácil cerrar tu negocio y tener que prescindir de tus empleados», confiesa a este medio Roberto Irurzun, copropietario de la Vermutería Río, en la calle de San Nicolás. «Es una sensación demasiado triste», corrobora Marian Satrústegui, dueña de La Cantinetta. En esa misma situación se encuentran cientos de bares y restaurantes navarros después de que el mundo frenara en seco por la pandemia del coronavirus.
La mayoría de nosotros estamos todavía intentando asimilar esta nueva situación: casa, teletrabajo, encierro, soledad en unos casos, niños enclaustrados en otros… Pero los dueños de los bares y restaurantes navarros, abocados al cierre por decreto, a ERTE masivos y a un futuro más que incierto, no pierden su lado más humano y tratan de tener algunos gestos solidarios con quienes más sufrirán las consecuencias de los expedientes: sus propios empleados.
No se trata de una práctica orquestada, pero sí de una tendencia. Porque son muchos los dueños que han repartido productos perecederos entre sus plantillas para que, al menos, estos no se pierdan y los trabajadores puedan disfrutar de algún que otro banquete. Una de las personas que tomó esta decisión es la propietaria de La Cantinetta: “Llamamos a los empleados y repartimos todos los productos entre ellos. Dejamos alguno que tiene buena fecha de caducidad, aunque a este paso tendremos que volver a llamarlos».
Marian Satrústegui (La Cantinetta): «Llamamos a los empleados y repartimos todos los productos entre ellos».
En su caso, no tenían tanto género «como para darlo al Banco de Alimentos o a una ONG», así que prefirió entregárselo a quienes tenía más cerca. «Ya que las circunstancias son así y algunos se tienen que ir, qué menos que se lleven unas buenas bolsas de comida de aquí… Me pareció un momento estupendo para compartirla con ellos», apunta Satrústegui.
Además, como nadie sabe por cuánto tiempo puede alargarse esta situación, Satrústegui les ofreció su pequeña despensa por si tuvieran problemas de abastecimiento en sus familias: «Saben que nos pueden llamar porque seguimos teniendo pasta, arroz y alguna cosa más en el almacén. Que cuenten con nosotros». Fue, sin duda, su forma de paliar el dolor por tener que echar la persiana de su local. «Esto es muy triste y tengo mucho disgusto con toda esta situación», termina cabizbaja.
Fermín De Prados (La Olla): «A ver si esto pasa pronto y podemos seguir con una actividad normal y dando trabajo».
En La Olla, después de salvar algunos productos envasándolos al vacío y congelándolos, también decidieron repartir todo lo demás entre sus trabajadores.
Fue un acto solidario en tiempos “tristes y de incertidumbre”, lamenta su propietario, Fermín De Prados, quien aún recuerda los nervios vividos en los días previos al estado de alarma. Ahora intenta tomárselo con un poco más de calma y pensar en un futuro mejor: “A ver si esto pasa pronto, podemos seguir con una actividad normal y dando trabajo”.
Ya está claro que la hostelería será uno de los sectores que podrán agarrarse a los ERTE por fuerza mayor, de modo que sus trabajadores tendrán al menos asegurado el desempleo. Para De Prados, «toda ayuda será bien recibida”. Y lanza un mensaje de esperanza para remarcar que volverán “con la cabeza bien alta y con más ganas y más ilusión de hacerlo mejor que antes”.
El mismo camino siguieron en la Vermutería Río, donde «cerrar la persiana les cuesta mucho dinero», asegura Roberto Irurzun. Coincide con todos los demás en que corren tiempos “muy tristes y de incertidumbre” y augura que “un mes se puede sobrellevar a duras penas, pero como esto dure más será complicado”.
Roberto Irurzun (Vermutería Río): «Repartimos entre todos los empleados la comida que teníamos en el almacén».
Siente una gran impotencia ante la situación que les ha sobrevenido y un profundo dolor por su equipo, que sin embargo trató de tomarse las cosas con cierta filosofía y aún se hizo una última foto de grupo con él antes de bajar la persiana. Esa instantánea es la que abre este reportaje. Porque a nadie se le escapa que hay ERTE y ERTE…
Por eso, hace unos días intentó paliar esa desazón de la única forma que se podía permitir: distribuyendo entre los trabajadores «la comida que tenía en el almacén». Fue un pequeño gesto, que al menos lo reconfortó un poco. Ver que sus compañeros «podían llevarse bolsas de alimentos a casa» le ayudó a sentirse mejor en medio de estos duros momentos, de los cuales también confía en salir «reforzado».
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